¡No
me lo puedo creer! No me imaginaba para nada que él pudiera estar
aquí. Si llego a saber esto, Rebeca no hubiera conseguido sacarme de
casa ni de coña vamos. Busco a mi compañera con la mirada entre la
gente, hace rato que la perdí de vista y no sé donde está metida.
¿Dónde demonios estará? Veo por el rabillo de ojo, que él viene
hacia mi y me santiguo mentalmente. Tener a este hombre cerca, me da
escalofríos, pero escalofríos de horror. Si el bar no estuviera tan
atestado de gente, me largaría de aquí cangando leches. ¡Joder, no
sé donde meterme! En estos momentos, me gustaría ser un camaleón
para poder mimetizarme con la decoración del local y simular ser un
barril de cerveza, pero va a ser que no.
Su
sonrisa cínica, y esos ojos azules que me miran con tanto interés,
me hacen querer hacer un cuerpo a tierra y reptar como una serpiente
huidiza, pero sería un poco ridículo ¿no? En fin, como no puedo
escapar de ninguna manera, intentaré llevar su presencia lo mejor
que pueda, aunque no creo que lo consiga. Pues ya está, ya lo tengo
justo en frente de mi. Con su mirada arrogante repasa mi cuerpo y por
último mi cara. Sé de una que cuando la pille, se va a enterar de
lo que vale un peine
— Vaya
Olivia, no esperaba encontrarte aquí. Me alegra ver que has decido
hacer un poco de vida social con tus compañeros. ¿Dónde has dejado
el uniforme de Rotenmeller?
— En
el mismo sitio donde usted ha dejado el de gilipollas, señor Dempsey
—digo con toda la tranquilidad del mundo—. Ah no, discúlpeme,
creo que me he equivocado porque usted aún lo lleva puesto —¡ahí
te queda eso, mamonazo!
— Que
poco sentido del humor tienes Olivia…
— ¿Por
qué no se va a dar una vuelta por ahí y me deja en paz?
— Porque
no quiero.
— Pues
entonces, si me disculpa… —digo cogiendo mi chaqueta y mi bolso
para alejarme de él— Que se divierta señor Dempsey, pero no será
a mi costa.
Con
paso decido me alejo de él. Noto su mirada taladrándome la espalda
y se me pone la piel de gallina. Me apetece girarme y hacerle un
corte de manga, pero eso también sería ridículo. Los comentarios
de mi jefe consiguen cabrearme de tal manera, que no puedo evitar
ponerme a su altura. Y eso no debería de ser así, porque al
comportarme igual que él, lo único que consigo es que quiera seguir
molestándome. Debo cambiar mi actitud y mostrarme indiferente, que
vea que cuando abre la boca con la intención de ridiculizarme, sus
palabras me entran por una oreja y me salen por la otra. Si, esa es
la actitud y eso es lo que voy a hacer. ¿Cuánto tiempo creéis que
será capaz de mantenerme indiferente? Ya veremos…
La
única zona segura que encuentro en estos momentos para escapar de su
mirada, es el baño. Abro la puerta, y lo primero que veo es a Rebeca
mirándose al espejo con los ojos achinados. Me planto detrás de
ella que, en cuanto ve mi reflejo en el espejo sonríe como una lela.
Por el aspecto que tiene, le queda medio camino para pillarse un pedo
descomunal. Me dan ganas de reírme, pero me contengo.
— ¿Sabías
qué él iba a venir? —Suelto.
— ¿A
quién te refieres? —Se cruza de brazos y se gira para mirarme.
— Ya
sabes a quien me refiero, no te hagas la tonta.
— Mírame
—me dice señalando su cara—, ¿tengo pinta de ser adivina? ¿No
verdad? Pues explícate, porque no sé de que me estás hablando.
— ¿Me
estás diciendo qué no tenías ni idea de que el señor Dempsey iba
a venir?
— ¿Daniel
está aquí? —Pregunta sorprendida—. ¿Cuándo ha llegado?
— No
has contestado a mi pregunta Rebeca.
— Que
pesada eres jopetas. No, no sabía que él fuera a venir hoy,
¿contenta?
— ¿Estás
segura?
— Completamente.
Mira, él viene casi todos los viernes, pero pensé que como llevaba
toda la semana de viaje no vendría, por eso no te dije nada.
— ¿Me
estás diciendo que el señor Dempsey hace vida social con sus
empleados? —Pregunto incrédula.
— Eso
es exactamente lo que te estoy diciendo. De hecho, creo que fue idea
suya la quedada de los viernes. No sé porque te cae tan mal, es
encantador y se lleva genial con todo el mundo —«menos conmigo
—pienso».
— Creo
que me voy a ir a casa. Estoy cansada y…
— Mientes
de pena ¿sabes? Te vas porque Daniel está aquí.
— Si
tu lo dices…
— Sabes
de sobra que tengo razón, y no, no me pongas esa cara. ¿Puedo saber
porque os lleváis tan mal?
— Sinceramente,
no tengo ni idea. Pero está claro que no nos podemos ver. Así que
para ahorrarnos momentos tensos, prefiero irme.
— ¡De
eso nada monada! Tú vas a quedarte, y vas a demostrarle que su
presencia ni te molesta ni te incomoda. Si te vas, estarás dándole
más munición para seguir fastidiándote. Piénsalo — Y lo hago.
Rebeca
sale del baño y yo me quedo dentro peleándome con mis dudas. Sé
que ella tiene razón. Si me voy el señor Dempsey sabrá que es por
él y posiblemente se sentirá vencedor. Y yo me pregunto, ¿desde
cuándo ésto es una guerra? «Pues desde que has empezado a montarte
batallitas en la cabeza so mema —me digo a mi misma». Soy una
persona adulta, y soy completamente capaz de estar en el mismo
espacio que él y, comportarme como si no existiera. Así que, voy a
salir ahí fuera y voy a seguir divirtiéndome con mis compañeros.
Puede que hasta me suelte la melena. Decidida, salgo de mi escondite
y vuelvo con todos ellos, y cuando digo todos, son todos, porque el
señor “soy un ogro”, también va incluido en el paquete.
El
grupo está reunido al rededor de la mesa de billar. Paul, el señor
Dempsey, Katy y Rebeca, están jugando, y el resto apostando. Me
acerco y dejo mis cosas encima de una silla. Saco del bolso un
billete de veinte dólares y me voy a la barra a por una cerveza.
¿Pensabais que iba a apostar? Pues va a ser que no.
Disimuladamente,
miro a mi jefe. Es la primera vez que lo veo vestido de sport. Y si
vestido con traje, camisa y corbata está bueno, con vaqueros y
camiseta está para comérselo. Que pena que se tan imbécil, eso le
resta atractivo. Al menos para mi. Aunque procuro mantenerme fuera de
su campo de visión, él sabe en todo momento donde me encuentro, ya
que su mirada se encuentra con la mía en más de una ocasión,
provocándome desasosiego y, cierto nerviosismo en las paredes de mi
estómago.
Termina
la partida y él y Katy chocan los cinco en señal de victoria,
mientras Rebeca y Paul protestan porque dicen que la otra pareja ha
hecho trampa. La verdad es que forman un buen grupo, y para mi
sorpresa, me está gustando formar parte de él. Rebeca propone pedir
una chupitada para celebrar su derrota. «¿Y qué coño es una
chupitada? —Me pregunto yo». Pues por lo visto, una chupitada es
acercarse a la barra y pedir una tabla de chupitos de bebidas varias
y tomárselos de golpe sin respirar. En mi vida había visto hacer
tal cosa, pero como estoy aquí para divertirme, acepto la propuesta
de mi amiga.
El
camarero sonríe cuando Rebeca le dice que nos prepare una tabla de
esas y que lo haga a su gusto. Cada uno cogemos un minúsculo vasito
lleno de licor hasta los topes, alzamos las manos, brindamos y de un
golpe, nos lo tomamos. ¡Dios, que asco! El mío debía de llevar
lejía, porque sabe a rayos. Espero que esto no se repita muchas
veces a lo largo de la noche porque sino, no sé que será de mi.
Pero si que se repite, por lo menos cuatro veces más. Después del
cuarto chupito, he dejado de contar. Creo que he perdido mi capacidad
para hacerlo.
Bailo
y canto con el grupo totalmente desinhibida, sin importarme que
probablemente estemos haciendo un ridículo espantoso. Me lo estoy
pasando tan bien, que a estas alturas de la noche y después de haber
ingerido esas bombas a las que llaman chupitos, todo me da igual.
Bueno, todo no. Las miradas de mi jefe, están consiguiendo hacerme
sentir diferente, ¿o será el alcohol? Es igual, lo cierto es que,
si soy honesta conmigo misma, me gusta como me mira, ( si alguien me
pregunta, negaré que esas palabras han salido de mi boca ). Si
nuestras circunstancias fueran distintas, viendo el estado en que me
encuentro, hasta sería capaz de coquetear con él, pero nuevamente,
va a ser que no.
Rebeca
me pide que la acompañe al baño, y una vez allí, me suelta la
chorrada más grande que había oído hasta hoy. ( Por cierto, parece
ser que hoy también me estoy desvirgando en muchos aspectos. Mi
primera salida con los compañeros de trabajo, mi primera chupitada
y, la primera vez que me apetece ponerle un esparadrapo en la boca a
mi amiga por decir chorradas. ¿Tan virgen era? ). Pues va a ser que
si.
— Al
jefe le gustas… —esas palabras soltadas a modo de confidencia,
llegan a mi oídos y, cuando mi cerebro capta su significado, me
descojono de la risa—. No te rías Olivia, te lo estoy diciendo en
serio. Me he fijado en las miradas que te echa y créeme, le gustas.
— ¡Joder
Rebeca, estás como un cencerro! —Le digo sin poder parar de reír.
— Si,
estoy como un cencerro y un poco bebida, lo que tu quieras. Pero sé
perfectamente lo que veo y lo que digo.
— Si,
si, el jefe está loquito por mi, creo que hasta va a pedirme
matrimonio en cuanto salgamos de aquí, pero no se lo digas a nadie
eh? Es un secretooooo.
— ¡La
madre que te parió Olivia, menudo pedal llevas!
— Chist
no se lo digas a nadieeee…
— Algún
día me darás la razón, y ese día, seré yo la que me ría en tu
cara.
— Claro,
claro —le digo mientras cierro la puerta del baño tras de mi.
Un
poco perjudicada por el alcohol que campa a sus anchas por mis venas,
decido salir fuera para tomar un poco el aire, a ver si de ese modo
consigo que el suelo deje de moverse bajo mis pies. Una vez fuera,
miro hacia un lado y hacia a otro, veo a unos metros de mi un banco
de madera. Voy hacia él. Con estos taconazos tengo los pies tan
torturados, que necesito darles un poco de descanso, de lo contrario,
podrían denunciarme por maltrato.
El
aire fresco de esas horas, me despeja un poco la mente y, es en
ese momento,
cuando realmente pienso en las absurdas palabras que Rebeca me dijo
en el baño. ¿Cómo se le habrá metido en la cabeza eso de que le
gusto al jefe? ¿Será verdad que me mira de forma diferente?
¡Imposible! Probablemente, ella haya malinterpretado mal esas
miradas. Vale que no me ha quitado ojo en todo la noche, pero yo
también le he mirado a él y eso no significa que me guste. ¿O si?
¡Nooo que va, ni de coña!
Centro
la mirada en el suelo y en mis pies ahora descalzos, «¡Dios menuda
cogorza llevo! —pienso al ver que mis zapatos parecen caminar
solos...». De pronto, alguien se para frente a mi. Y sin necesidad
de levantar la vista, sé de quien se trata.
—¿Estás
bien? —Para mi desgracia, cuando él me hace esa pregunta, y sin
darme tiempo a contestar, empiezo a vomitar igual que si fuera la
niña del exorcista. ¡Joder, joder, joder, acabo de ponerle las
bambas de última moda perdidas de vómito a mi jefe! ¡Tierra
trágame!