Contemplo
a este hombre al que hace apenas unos meses odiaba por su prepotencia
y arrogancia, y que ahora, acaba de desnudar su alma frente a mi, sin
importarle cuántos pares de ojos estén puestos sobre nosotros. Sin
importarle lo que la gente pueda pensar al conocer la identidad de su
persona. Él, que es tan conocido en el mundo empresarial, no ha
dudado ni por un segundo, en regalarme esta declaración de amor
públicamente. No ha dudado en abrir su corazón y poner a mis pies
sus sentimientos, arriesgándose a que vuelva a pisotearlos como hice
en ocasiones anteriores. No tengo palabras para expresar lo que
siento en este preciso instante. Pero si sé claramente lo que no
quiero ni puedo hacer. Ya no. Ya no pienso seguir negándome ni a mi
ni al resto del mundo, que mi “pirata del Caribe” y, mi “señor
soy un ogro”, ambos, son todo lo que quiero. Todo lo que deseo.
Todo lo que anhelo y lo que amo. Ya no quiero seguir sufriendo por
amor. Y tampoco quiero que él siga sufriendo. No cuando yo siento
exactamente lo mismo que él. Me niego a seguir con esta tortura que
está acabando con los dos.
Poso
con delicadeza mis manos en su cara y, con el pulgar, acaricio sus
mejillas rasposas por su incipiente barba. Sus ojos, no se han
apartado ni un segundo de los míos. Su semblante triste, me deja
claro que no miente cuando dice que estos últimos días, han sido
los peores de su vida. Para mi también han sido un infierno. Pero ya
está, ya pasó. Los próximos días que se nos presenten difíciles,
estaremos juntos para superarlos. Ya no habrá nada ni nadie, que
pueda separarnos. Ya no. Suena la primera campanada de las doce que
nos llevarán a un nuevo año. A una nueva oportunidad de ser
felices. A una nueva vida. Sin mentiras, sin prejuicios, sin
miedos... Juntos. Cuando suena la última campanada, posó mis labios
sobre los suyos, depositando en ellos un beso tierno, cargado de todo
el sentimiento que llevo dentro y, que por fin, me atrevo a liberar.
Un beso que él no tarda en profundizar deslizando su lengua con
lentitud dentro de mi boca. Consiguiendo con ello que las mariposas
de mi estómago se alcen en un vuelo interminable. Jadeando,
separamos nuestros labios. Y sólo entonces, soy consciente de los
vítores que hay a nuestro alrededor, y no precisamente por el año
nuevo. Estas personas, a las que ni siquiera conozco, han sido
testigos de nuestra reconciliación y aplauden y silban emocionados.
Me siento un poco avergonzada al darme cuenta que seguimos siendo el
centro de atención, pero ello no me amilana para llevar a cabo lo
que tengo en mente. Decidida, llevo las manos a mi cara y lentamente
me quito el antifaz. Si él no ha tenido ningún reparo en hacerlo,
yo tampoco. Entrelazo mi mano con la suya, y por fin, acuden a mi
boca las palabras...
—Lo
siento Daniel—digo mirándole a los ojos—. Siento haberte hecho
daño. Siento haber sido tan dura contigo el otro día en la azotea.
Siento haber dicho que ya no te quería para hacerte daño, cuando lo
cierto es que nunca he dejado de hacerlo. Siento habernos hecho pasar
a ambos por todo esto al cerrarme en banda y no escuchar a mi
corazón. Siento que mi lengua vaya por libre y diga cosas que en
realidad no siento. Te quiero mi pitufo gruñón. Te quiero con toda
mi alma. Y si algo he aprendido de esto, es que en el corazón nadie
manda. No me importa si eres Jack Sparrow o, Daniel Dempsey, porque
seas quien seas, sigues siendo tu. Y es a ti a quien quiero. Con tus
defectos y con tus virtudes. Con antifaz o sin él... Gracias por no
rendirte...—Me silencia con un beso. ¡Dios, cuánto le he echado
de menos!
—No
digas nada más...—dice con voz ronca, apoyando su frente en la
mía—. Te quiero nena...
—Y
yo a ti nene…
—¿Podemos
felicitaros ya?—Pregunta Rebeca entusiasmada. Ambos asentimos sin
dejar de mirarnos—. Pues entonces felicidades tortolitos. Y tú—dice
señalándome con un dedo—, espero que no tengas en cuenta mi
mentirijilla, y espero que comprendas porque acepte hacer todo este
paripé. No podía dejar que te fueras. Sabiendo cuales eran tus
verdaderos sentimientos hacia el jefe, y después de que él me
pidiera ayuda para traerte aquí, no podía negarme. Los dos os
merecéis ser felices. Juntos. ¿No estás enfadada conmigo verdad?
—No
podría aunque quisiera—contesto—. Solo puedo darte las gracias
Rebeca, si no hubiera sido por tu chantaje emocional, ahora mismo
estaría en mi casa destrozada, y sola. Por lo visto, todos me
conocéis bien… No se que más puedo decir…
—Nada.
Creo que ya está todo dicho—dice Oliver palmeando la espalda de su
mejor amigo.
—¿Tu
también estabas en el ajo?—Pregunto sorprendida.
—Por
supuesto. No sé de que te sorprendes… Llevo una semana aguantando
el mal de amores de Daniel y, estaba empezando a hartarme, así que,
no me quedó más remedio que unirme a ellos.
—Pues
gracias a los tres…
—Déjate
de tanto dar las gracias y, celebremos esto como se merece—. Oliver
camina hacia la barra y los demás le seguimos. Daniel, pide una
botella de champán y, cuando todos tenemos una copa en la mano,
brindamos.
Más
tarde, después de haber bailado, de haber reído, de haber cantado.
Después de haber celebrado la entrada del nuevo año y nuestra
reconciliación como se merece, todos juntos, veo como Oliver, le da
algo en la mano a su amigo y luego sonríe. Sin que me de tiempo a
indagar de que se trata, Daniel me coge de la mano y, despidiéndose
de nuestros amigos, me saca del salón. Una vez fuera de éste, en
silencio, recorremos un pasillo en penumbra hasta una habitación, de
la que por supuesto, el tiene la llave porque su amigo se ha
encargado de que así fuera. Abre la puerta y, me quedo sorprendida
al ver lo que han preparado. Hay velas encendidas por todas partes.
Del hilo musical, salen las notas de mi canción favorita, “I don´t
want to miss a thing” de Aerosmith. También hay espejos, muchos.
Igual que en aquella habitación en la que él y yo, nos encontramos
por primera vez siendo Jack sparrow y, la Reina de Corazones. Y si,
siento la misma emoción que por aquel entonces, cuando solo deseaba
acostarme con mi “pirata del caribe”. Pero con una gran
diferencia. Más allá del deseo sexual, más allá de la pasión, e
incluso de la lujuria, hay un sentimiento mucho más profundo que se
ha apoderado de los dos. Un sentimiento que siempre me negué a tener
y, del que ahora no quiero, ni pienso desprenderme, porque estar
enamorada y ser correspondida, es el mejor sentimiento del mundo.
Daniel,
cierra la puerta y se pega a mi espalda. Sus cálidos labios, van
dejando un reguero de besos por mi cuello, a la vez que acaricia mi
espalda desnuda con sus manos. Un latigazo de deseo, golpea
directamente en mi entrepierna, obligándome a apretar los muslos.
Esto no ha hecho más que empezar ya siento la sangre burbujeándome
en las venas. Es que es tocarme y empezar a arder. Lentamente, baja
la cremallera de mi vestido, deslizándolo por mi cuerpo hasta los
pies. Se pone frente a mi, se deshace de su chaqueta y se desabrocha
la camisa. Con calma, sin apartar su mirada de la mía. Sabe que me
gusta cuando hace ésto. Cuando me mantiene expectante, y anhelante.
Lo ayudo a quitarse la camisa, y mientras lo hago, beso su torso. Su
calor me cosquillea en los labios y, paso la lengua por su piel para
saborearla mejor. Llego hasta el ombligo, para luego volver a subir
hasta su cuello y, depositar en el hueco de su clavícula un beso
tierno, delicado. Él jadea . Yo gimo.
De
la mano, caminamos hasta el centro de la habitación, donde el resto
de nuestra ropa, vuela por los aires. Se sienta en el borde de la
cama y, se abraza a mi cintura. Y a partir de ese mismo instante, la
pasión nos ciega, siendo incapaces de contenerla pos más tiempo.
Nuestras bocas se funden en un beso húmedo, caliente, abrasador. Un
beso de esos que te queman las entrañas y que te deja sin aliento. A
horcajadas encima suyo, me muevo arriba y abajo. Sintiendo como
lentamente se va introduciendo en mi y, me hace suya por completo.
Acoplados, nos movemos con un ritmo cadencioso que nos lleva hasta
las mismas estrellas cuando llega el orgasmo, dejándonos exhaustos,
agotados y con las respiraciones agitadas a más no poder. Ha sido
increíble. Como volver a casa. Mi casa. Pasamos un rato largo en un
cómodo silencio, solo mirándonos. Como si no acabáramos de
creernos que por fin estemos juntos. Que por fin, ya no existen
barreras entre nosotros que nos impidan disfrutar de nuestro amor.
Que ya está todo dicho. Y bien dicho, porque yo ya no tengo ninguna
duda de lo que él siente por mi, y mucho menos de lo que yo siento
por él.
—Nena...—susurra—,
no acabo de creerme la suerte que tengo de tenerte a mi lado. Si es
un sueño, por favor, no me despiertes.
—No
tengas miedo a despertar porque no es un sueño mi amor. Estoy aquí
contigo, y no pienso alejarme de ti nunca más ¿me oyes? Nunca jamás
volveré a separarme de ti…
—¿Estás
segura?
—Si.
¿Y sabes por qué? Porque te quiero más que a mi vida.
—¿Y
si tuviera secretos inconfesables?
—No
me importa. No habrá ningún secreto inconfesable que pueda alejarme
de ti...—Se queda callado, como dudando—. Daniel—digo para
cambiar el tema de conversación que está consiguiendo ponerme
nerviosa—, creo que hoy será nuestra última noche en el club.
—¿Por
qué crees eso?
—Porque
después de la que hemos liado esta noche, supongo que no querrán
volver a vernos por aquí ¿no te parece?
—No,
no lo creo.
—Daniel,
hemos infringido todas las normas. En cuanto se entere el dueño, nos
largará.
—No,
no lo hará.
—¿Por
qué estás tan seguro?
—Porque
el dueño es mi mejor amigo…—¿Qué el dueño es su mejor amigo?
¡Joder, joder, joder, esto no me lo esperaba!
—¿Quieres
decir qué Oliver…?
—Si.
Pero no se lo cuentes a Rebeca, ella aún no lo sabe—. Pues menos
mal que soy buena manteniendo el pico cerrado porque si no…
—Vaya…
la verdad es que me has dejado alucinada. Nunca imaginé que Oliver…
—Algún
día, te contaré su historia—dice dándome un beso en los labios.
—Entonces,
si vamos a seguir siendo miembros del club, ¿quiere eso decir qué
volveré a ver a Jack Sparrow?
—¿Te
apetece verlo ahora?—Dice mostrándome esa sonrisa suya que tanto
me gusta.
—Me
encantaría.
—Con
una condición.
—¿Cuál?
—Que
la Reina de Corazones, se una a la fiesta…
—Hecho—.
Y lo hacemos. Nos metemos en la piel de los personajes que una vez,
hace unos meses, nos llevaron a compartir mucho más que una
habitación y, de los que nos podremos olvidarnos porque formarán
parte de nosotros el resto de nuestras vidas.
Más
tarde, ya en casa, en mi cama y, acurrucada en los brazos de Daniel,
me siento la mujer más feliz del mundo por tenerle a mi lado. Por
primera vez en mi vida, soy realmente feliz. Y se lo debo a él. A mi
gran amor.
—Te
quiero Daniel Dempsey—susurro para no despertarlo—. Prometo
quererte el resto de mi vida.