La
intensa luz del sol, entra a través de las cortinas descorridas de
la ventana. Abro los ojos y, desorientada miro a mi alrededor. Estoy
acostada en mi cama en ropa interior. Asustada me incorporo, ¡mierda,
la cabeza me va a estallar! Me duele tanto que parece que dentro de
ésta hay un millón de pájaros carpinteros taladrándome el
cerebro. Vuelvo a recostarme. ¡Joder, joder, joder, menuda cogarza
me pille ayer más a lo tonto, malditos chupitos de aguarrás!
No
recuerdo cómo llegué a casa y eso me inquieta. Por mi cabeza pasan
imágenes de la noche anterior. Yo hablando con Katty, el señor “soy
un ogro” tocándome las pelotas, bebiendo chupitos con todos en la
barra, muchas miradas entre mi jefe y yo, Rebeca hablándome de esas
miradas en el baño, y por último… ¡Ay señor, no, no puede ser
que esto me haya pasado a mi! La imagen de mi vomitando a mi jefe,
pasa una y otra vez a cámara lenta por mi mente. Madre mía que
vergüenza, no me lo puedo creer, pero... ¿qué paso después?
Porque a partir de ahí, estoy totalmente en blanco.
La
angustia se apodera de mi al imaginarme la reacción del señor
Dempsey al ver sus bambas de CK vomitadas, conociéndolo, me habrá
puesto a caer de un burro.
Me
levanto de la cama despacio, creo que aún sigo pedo, porque todavía
estoy mareada. Me encierro en el baño y me doy una larga ducha que
me sienta de maravilla. Después, me cepillo los dientes y la lengua.
Esta última parece un estropajo de alambre, cada vez que la muevo me
raspa el paladar, la sensación es asquerosa. Duchada y con la boca
fresca aunque rasposa, me siento más humana.
Voy
a la cocina y me preparo una taza de café bien cargado, a ver si con
ello consigo despejarme del todo. Mientras me lo tomo le echo un
vistazo al móvil que está junto a mi bolso encima de la meseta de
la cocina. Tengo dos llamadas perdidas de Rebeca y un mensaje de voz
de él en el contestador. Me da miedo escucharlo, pero mi vena
curiosa me supera.
«Hola
Olivia, si estás escuchando este mensaje, es porque has visto encima
de la encimera tus cosas. Me pareció que ahí no tardarías en
verlas. Espero que tengas una resaca de mil demonios por haber jodido
mis bambas. El lunes hablaremos sobre ello en la oficina».
Tras
escuchar la voz del gilimemo de mi jefe, me quedo como un pasmarote
mirando el teléfono. Se acaban de confirmar mis sospechas. Él fue
quien me trajo a casa. Ha estado aquí, en mi santuario particular.
Pero eso no es lo peor, para mi lo pero es que me haya visto desnuda.
Está claro que también fue él quien me quito la ropa y me metió
en la cama. No sabéis lo mal que me siento en estos momentos al
saber que la persona que más odio por tratarme como a una mierda, me
ha visto en una situación tan, tan, bochornosa. Y lo que más me
joroba es que no me acuerdo de nada. ¿Cómo cojones voy a ir a
trabajar el lunes? ¿Con cara voy presentarme en su despacho cuando
mi presencia sea requerida? ¡Si es que tenía que haberme quedado en
mi casa leches! No sé por qué dejé que Rebeca me convenciera para
salir… «Por que tenías ganas de pasar un rato en compañía como
las personas normales —me digo». Y ahora, tendré que pagar las
consecuencias de ello.
Llamo
a Rebeca con la intención de ver si ella puede arrojar algo de luz a
mis tinieblas mentales. Hay una mínima posibilidad de que los tres
nos hubiéramos ido juntos, si, ya sé que la posibilidad es
minúscula, pero si estuvierais en mi situación, ¿no os gustaría
salir de dudas?
Al
quinto tono, oigo la voz de camionero resacoso de mi amiga.
—¿Olivia?
— ¿Estabas
dormida?
— ¡No
que va, no estaba dormida, estaba inconsciente! ¿Qué hora es?
— Es
la una de la tarde —contesto mirando el reloj.
— ¡Oh
joder, solo llevo durmiendo cinco horas! ¡Más te vale que lo que
sea que te ha llevado a despertarme sea importante! —Refunfuña—
Desembucha.
— Bueno,
lo cierto es que creí que me habías llamado tú. Tengo dos llamadas
perdidas tuyas en el móvil y por eso te he llamado.
— Pues
no tengo ni idea Olivia, ahora mismo no me acuerdo de nada. Hasta
dentro de unas horas ni siquiera seré persona ¿me entiendes?
— Oye…
¿Me acompañaste tú a casa? —Suelto de golpe.
— No.
Daniel entró a la cervecería a por tus cosas. Me dijo que no te
encontrabas bien y que te acompañaría a casa. Ahora lo recuerdo,
fue por eso por lo que te llamé, para saber que había pasado con el
jefe.
— ¡Ojalá
supiera lo que pasó esta madrugada Rebeca, pero me temo que no me
acuerdo de nada! Lo último que recuerdo es haberle vomitado encima
cuando estábamos fuera de la cervecería. ¿Entonces no nos
acompañaste?
— Ya
te dije que no pesada…
— ¿Estás
segura? A lo mejor tampoco te acuerdas…
— Estoy
segura Olivia, Daniel y tu os fuisteis en taxi, yo me fui con Paul y
los demás siguieron de fiesta. Ahora déjame seguir durmiendo o iré
a tu casa y te daré una paliza. Me vuelvo muy agresiva cuando no me
dejan dormir. Te llamo más tarde ¿vale? —Y cuelga sin más, sin
dejarme disculparme siquiera por haberla despertado.
Desolada
por toda la inquietud que siento en mi interior, paseo de un lado a
otro del apartamento. ¿Por qué tienen que pasarme estas cosas a mi?
Joder, parezco un imán para los desastres, sobretodo con él. Me
siento fatal, pero no solo por el hecho de no recordar, también me
siento fatal físicamente. Supongo que ya sabréis lo que es tener
una resaca del copón ¿no? Pues así me encuentro yo. Y encima no
tengo experiencia en ello, porque como también es mi primera vez en
esto… Pues que le vamos a hacer. ¡Jamás de los jamás volveré a
beber! Ya, yo tampoco me lo creo, pero en mi estado actual, es lo
único que se me ocurre pensar.
Dios,
como me apetece beber una coca cola y comer comida grasienta. Cojo el
teléfono y marco al restaurante de comida rápida que hay dos
manzanas más arriba de la mía, hago un pedido como para tres días
y me siento en el sofá a esperar.
Cuarenta
y cinco minutos más tarde, tengo la mesa repleta de comida con
montones de grasa saturadas que probablemente mañana me arrepienta
de haber comido, pero el cuerpo me lo pide. Y el cuerpo es muy sabio
¿no?, pues a comer se ha dicho.
Mientras
como, veo la televisión. Bueno, en realidad ni la veo ni la escucho.
Mi mente sigue divagando sin obtener ningún resultado. No sé ni
para que me molesto en forzarla a recordar si está claro que no voy
a conseguir nada, así que al final desisto de pura frustración. Lo
que sea que haya pasado, no puedo borrarlo como si fuera un archivo
no deseado así que, ¿para qué seguir volviéndome loca?
Con
el estómago lleno de comida basura, me tumbo en el sofá y me tapo
con una manta, no es que esté frío porque estamos en pleno mes de
agosto, pero es que yo soy una de esas personas que cuando está
tirada en el sofá tiene que taparse, porque sino es como si me
faltase algo. Pues eso, cuando ya estoy acomodada, bajo el volumen
del televisor y me quedo frita en cero coma.
A
pesar de dormir prácticamente toda la tarde, cuando me despierto, me
sigo sintiendo como si el camión de la basura me hubiese pasado por
encima un millón de veces. ¿Cuánto tarda una persona en
recuperarse de los excesos del alcohol? Porque madre mía, yo no
puedo ni moverme. Incluso me parece que estoy peor que esta mañana
cuando me desperté, vaya tela. En serio, si vuelvo a beber, por
favor, dadme unas collejas.
Me
levanto del sofá y arrastrando los pies porque la verdad me pesan
tanto que no puedo con ellos, me voy al dormitorio. Si, lo sé, soy
la hostia. Me levanto de un sitio para tumbarme en otro, pero es lo
que hay. El desastre que reina en el salón me produce tal dolor en
los ojos ( es que soy muy maniática con el orden ), que o salgo de
él o me pondré a limpiar como una loca. Y la verdad, que no tengo
ni fuerzas ni ganas. Hoy, me la suda todo. O casi todo.
Estiro
un poco las sábanas de mi cama, recojo el montón de ropa que esta a
los pies de ésta para llevarlo al cubo de la ropa sucia y me preparo
para volver a dormir. Si, si, como lo oís, voy a seguir durmiendo, (
estado marmota modo on ).
Me
despierto varias veces durante la noche, principalmente para beber
agua porque tengo la boca más seca que el desierto del Sahara, pero
la última vez que me desperté, no fue por mis necesidades
fisiológicas, ¿o si? El caso es que estaba teniendo un sueño
erótico en el que los protagonistas éramos tres personas. Mi jefe
Daniel Dempsey, Jack Sparrow ( el tío que me puso cardíaca con sus
miradas en la última reunión del club ), y una servidora. «Yo
estaba apoyada en el respaldo de un sillón de cuero negro,
completamente desnuda. Arrodillado ante mi y metido entre mis
piernas, estaba el señor Dempsey, que con su lengua, obraba
maravillas entre mis pliegues femeninos. Detrás de mi, el hombre
misterioso del club sujetando firmemente mis caderas para adentrarse
en mi con fuertes estocadas. Mi cara, era el vivo reflejo de una
mujer entregada a la lujuria carnal. En mis ojos, brillaba el deseo y
de mi boca, salían roncos gemidos de placer».
Lo que me estaban
haciendo era tan real en mi mente, que juro que me desperté en mitad
de un orgasmo bestial y con la mano metida entre mis bragas. Cuando
bajé de la nube en la que me encontraba, fui consciente de lo que
había hecho. Me había masturbado mientras dormía a causa de las
imágenes tan vívidas que dominaba mi subconsciente. ¡Qué
fuerteeee! Pero eso, no fue lo que me mantuvo despierta durante un
buen rato incapaz de volver a conciliar el sueño, que va. Fue el
haber tenido a mi jefe arrodillado ante mi y verme a mi disfrutando
de ello. ¿Qué leches significaba eso? No tengo ni idea, pero ya os
imaginaréis las vueltas que le di al coco para dar con la respuesta.
Obviamente, me quedé igual que estaba, sin tener ni pajolera idea.
El
domingo por la mañana, me despierto de muy buen humor. Me ruborizo
recordando el magnifico sueño donde dos hombres, ambos imponentes,
estaban a mi merced y haciéndome aquello que tanto me gusta. ¡Pero
que guarrindonga soy…! Me desperezo. La cabeza ya no me duele y
parece que me encuentro mucho mejor, la resaca va desapareciendo de
mi cuerpo al igual que el alcohol ingerido el viernes. Todavía no me
he levantado cuando oigo un ruido parecido al que hace una puerta al
cerrarse de golpe. Me quedo quieta, escuchando atentamente y, percibo
claramente los pasos que se acercan a mi habitación. ¡Hostia puta,
hay un ladrón merodeando por mi casa y ahora viene hacia aquí! Me
entra el caguele, ¿qué hago? Miro al suelo y cojo lo primero que
veo. Uno de mis zapatos de finísimo tacón. Un tacón de aguja puede
ser un buen arma para defenderse del ataque de un intruso ¿no?
Sentada
en mi cama, con el zapato en la manos, miro fijamente la puerta,
esperando el momento en que esta se abra y aparezca el extraño…