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martes, 12 de enero de 2016

R.D.C. ¿SI YO ME CIERRO UNA PUERTA, ABRO UNA VENTANA?

 
 
 
 
 
 
Después de hablar largo y tendido con Rebeca, encerradas en un baño para que nadie nos molestara. De haberla puesto al día de todo lo acontecido, desde que esa mañana ella salio de nuestro despacho camino de facturación dispuesta a resolver lo de la factura extraviada. De contarle con pelos y señales la conversación entre Daniel y su hermano Bruce. De contarle mi paseo hasta Central Park sin ser consciente de ello hasta verme allí, sentada en una banco, liberando a mis pobres pies de los tortuosos zapatos. De como llegué a tomar la decisión que, poner tierra de por medio era lo mejor dada la situación y, de que sabía con toda la seguridad del mundo que ella pondría el grito en el cielo al saber ésto último, pensando que me había vuelto loca por completo. Y de relatarle mi discusión con el señor “soy un ogro” en su despacho, en la cual, ninguno de los dos dio su brazo a torcer, porque ambos creemos tener la razón y, de contarle orgullosa como dejé a Bruce con el culo al aire frente a su hermano, dejándolo en una situación bastante complicada. Después de que ella, por activa y por pasiva, me dijera que estaba cometiendo la mayor estupidez de mi vida al dejarlo todo y largarme de allí, intentando convencerme para que me replanteara las cosas, después, y solo después de todo eso, me largué por patas a mi apartamento sin siquiera entrar en la sala de juntas y, dar por terminada la reunión. Sinceramente, no lo creí necesario porque al fin y al cabo, a partir de mañana, no perteneceré a la empresa D&D, a no ser que el señor Dempsey cambie de parecer respecto a mi traslado a San Francisco.
 
Ahora, en la soledad de mi apartamento, y tras haberme dado uno de mis baños relajantes, que por cierto no sirvió de nada porque sigo igual que estaba. Solo ahora, empiezo a pensar que tal vez, me haya precipitado en tomar la decisión de largarme de la empresa. Si le hubiera hecho caso a Rebeca y, me hubiera tomado un tiempo de reflexión, seguramente en estos momentos, no estaría sentada en el sofá con el portátil sobre mis rodillas redactando mi carta de renuncia. Tendría que haber insistido más con lo de mi traslado, estoy segura de que podría haber sido capaz de convencer a Daniel de que darnos un tiempo, era lo mejor. Pero como mi lengua va por libre sin escuchar a mi cerebro, estas son las consecuencias. Si, lo sé, soy una cabezota de tomo y lomo que cuando se calienta no atiende a razones, así soy yo y, es lo que hay. Cuando termino de redactar la carta, que me cuesta lo mío porque la escribo y la borro como un millón de veces, conecto la impresora y, la imprimo. A continuación la meto en un sobre, lo cierro y, lo dejo encima de la mesa. Y ahora yo me pregunto, ¿cuándo una misma se cierra una puerta, también se abre una ventana? Lo dudo mucho.
 
Me siento agotada física y emocionalmente. Llevo todo el día sin probar bocado, pero es que no puedo, desde esta mañana tengo el estómago cerrado de tal manera que soy incapaz de meter nada en la boca sin sentir nauseas. Solo espero que a partir del lunes y, con el tiempo, logre olvidar toda esta mierda y centrarme de nuevo. Apago las luces y, me acuesto, pero a pesar que estoy agotada a más no poder, no consigo conciliar el sueño. No puedo dejar de pensar en las cosas que Daniel me dijo en su despacho. Su «no quiero que te vayas, no quiero perderte», me oprime el pecho y, las lágrimas brotan de mis ojos sin que pueda retenerlas. «Ay mi “pitufo gruñón”—pienso—ojalá pueda olvidarte algún día, porque quererte como te quiero, me hace daño». El sonido del teléfono me sobresalta. Es él…
 
Hola—dice en cuanto cojo la llamada.
 
Hola—respondo secándome las lágrimas.
 
Me gustaría saber cómo estás…
 
Bien—miento—estaba a punto de quedarme dormida. ¿Por qué me llamas Daniel?
 
A parte de saber cómo estabas, quería decirte que los papeles de tu traslado a San Francisco están listos, solo necesito tu firma.
 
¿Por qué has cambiado de opinión?—Se queda callado durante unos segundos que me parecen eternos.
 
Porque te quiero Olivia, y si irte a San Francisco y alejarte de mi es lo que deseas, que así sea… porque sigues queriendo irte ¿verdad?
 
Si. Necesito alejarme…
 
¿De mi?—susurra.
 
De todo. Ojalá pudieras entenderme Daniel…
 
Créeme que lo intento, pero no puedo.
 
Lo siento…
 
Yo también Olivia, yo también. ¿Vendrás mañana a firmar los papeles?
 
Si, mañana sin falta me pasaré, cuanto antes lo hagamos mejor.
 
Está bien, entonces nos vemos mañana.
 
Si. Hasta mañana, Daniel, gracias…
 
Te quiero nena—y sin más cuelga.
 
Después de esta llamada, las compuertas de mis ojos, que intentaban controlar un torrente de lágrimas, se abren dando paso a un llanto desconsolado. Debe de quererme de verdad para haber cambiado de opinión, porque, sabiendo como sé que Daniel es de ideas fijas, más o menos como yo, no ha dudado en darme lo que quiero. La libertad de poder alejarme y poner en orden mi mente y, mis sentimientos, aunque estos últimos los tengo claros. Y a pesar de que a él aun no se lo dije, le quiero con toda mi alma, pero necesito hacer un punto y aparte en lo nuestro y, cuando mi cabeza esté en orden, ser sincera con él y hablarle de mi y del “Lust”, para que entre nosotros no haya ningún tipo de secreto que pueda embarrar nuestra relación. También puede ser que esta separación impuesta por mi, me lleve a perderle para siempre, pero prefiero arriesgarme a tener que quedarme aquí. Sinceramente, ni yo misma sé lo que quiero… Cierro los ojos, y por fin, siento que Morfeo se instala a mi lado y me acuna en sus brazos como si fuera su bebe más preciado y, me duermo.
 
Al día siguiente y, como acordamos, a media mañana voy a la oficina para firmar los papeles que me llevaran a mi nueva vida. Una vida no deseada, pero si necesaria. Cuando salgo del ascensor, enfilo el pasillo que me lleva al despacho de Daniel. Siento las miradas de mis compañeros puestas en mi. Con una débil sonrisa les doy los buenos días y vuelvo la mirada al frente. No quiero que vislumbren en mi semblante lo acojonada que estoy por lo que va a suceder en apenas unos minutos. Me paro frente a la puerta de mi “pitufo gruón” y llamo decidida. En cuanto escucho su voz dándome permiso para entrar, me empiezan a temblar las manos por los nervios. Inspiro con fuerza, abro la puerta y entro.
 
Daniel está sentado a su mesa, concentrado en unos papeles, ¿serán los míos? Puede ser… Sin abrir la boca y, sin que él me diga nada, me acerco hasta su mesa y, solo cuando estoy sentada frente a él me mira. Su semblante es triste, y su mirada, su mirada me parte el alma. Saber que soy la única causante de esa tristeza, me hace pensar que soy la peor persona del mundo y me siento fatal, pero es necesario que haga ésto. Por mi, por él, por los dos.
 
Buenos días Olivia, esta debe de ser la primera vez que entras en mi despacho y te sientas sin que yo te lo ordene…
 
Lo siento, ¿debería haber esperado que lo hicieras?—Su frialdad al dirigirse a mi me pone a la defensiva.
 
No importa, acabemos con esto cuanto antes—me tiende los papeles que tiene en las manos—leelos y si estás conforme firma—asiento—. Quiero aclararte que tu traslado no es definitivo Olivia, solo será temporal.
 
¿Temporal? ¿Por qué?
 
Estarás a prueba tres meses en San Francisco, después de ese tiempo y dependiendo de como te desempeñes allí, decidiré si es definitivo o no—joder, esto no me lo esperaba, pero para ser sincera, me parece justo — ¿estás de acuerdo?
 
Si, me parece justo.
 
Bien. Entonces firma—dice poniendo su bolígrafo en mi mano. Durante unos segundos dudo, pero finalmente, planto mi nombre en cada una de las hojas y se las entrego.
 
Bueno...—digo poniéndome en pie.
 
¿Por qué no me lo dijiste Olivia?
 
¿Qué cosa?—Pregunto extrañada. No tengo ni idea a lo que se refiere.
 
Lo de Bruce. ¿Por qué no me llamaste y me contaste lo que mi hermano te había hecho?—Vaya, ahora está enfadado, y con razón.
 
No lo sé, supongo que al principio creí que eran imaginaciones mías, tu hermano no me cae precisamente bien y, pensé que mi mente veía cosas donde no las había. Luego, el otro día con lo que sucedió en mi despacho, bueno… mi intención era decírtelo, pero no me dio tiempo…
 
Ya, no te dio tiempo… ¿Te das cuenta que si me hubieras llamado informándome de lo que aquí pasaba ahora no estaríamos en esta situación?
 
Puede ser… es tontería pararse a pensar lo que hubiera sucedido si yo hubiera hecho esto o lo otro, lo hecho, hecho está… ¿Qué ha pasado con él?
 
Bruce está fuera de la empresa. Le he despedido.
 
Vaya, yo no…
 
¿Qué esperabas Olivia? ¿Qué después de hacer lo que hizo me quedara de brazos cruzados?
 
No lo sé, es tu hermano…
 
Si, por desgracia lo es, y lo que ha hecho es imperdonable. Esto iba a suceder tarde o temprano, Bruce llevaba demasiado tiempo tentando a la suerte.
 
Supongo que si… Bueno, yo ya me voy, seguro que tienes un montón de cosas que hacer…
 
Así es… Espera—me dice antes de que llegue a la puerta—, en esta carpeta están los datos de tu vuelo, debes recoger el billete de avión en el aeropuerto. También he hablado con una inmobiliaria, el lunes por la tarde tienes cita con ellos para que te muestren un apartamento cerca de las oficinas, la empresa se hará cargo del alquiler durante estos tres meses.
Pero eso no es justo Daniel, yo debería hacerme cargo de esas cosas…
 
Está decidido y no voy a discutir contigo sobre ello—camina hasta donde yo estoy y galantemente me abre la puerta—. Espero que tres meses sean suficientes para que encuentres lo que buscas Olivia—me mira a los ojos y yo, solo puede asentir porque el nudo que se ha formado en mi garganta, no me deja articular palabra—. Llámame si me necesitas.
 
Gracias Daniel, lo haré—paso a su lado y aspiro el aroma que desprende su piel. «Ya está, se acabo—me digo mientras voy hacia el ascensor».
 
Olivia…—antes de que me de tiempo a girarme, tira de mi mano y me pega a él. Abro la boca para protestar, porque estamos en medio del pasillo a la vista de todos nuestros compañeros, pero antes de que llegue a pronunciar palabra, me besa. Si, me besa, con ternura, con adoración. Y yo, le devuelvo el beso poniendo en él todo mi sentimiento no expresado con palabras y, dejo que su lengua acaricie cada rincón de mi boca como despedida. Bruscamente separa sus labios de los míos y me susurra al oído—. «Eres mía, no lo olvides...»—Lo que acaba de decir, agita las paredes de mi estómago y de mi mente. No es la primera vez que escucho esa frase y ese hecho, hace que todas mis alarmas se disparen…