Después
de hablar largo y tendido con Rebeca, encerradas en un baño para que
nadie nos molestara. De haberla puesto al día de todo lo
acontecido, desde que esa mañana ella salio de nuestro despacho
camino de facturación dispuesta a resolver lo de la factura
extraviada. De contarle con pelos y señales la conversación entre
Daniel y su hermano Bruce. De contarle mi paseo hasta Central Park
sin ser consciente de ello hasta verme allí, sentada en una banco,
liberando a mis pobres pies de los tortuosos zapatos. De como llegué
a tomar la decisión que, poner tierra de por medio era lo mejor dada
la situación y, de que sabía con toda la seguridad del mundo que
ella pondría el grito en el cielo al saber ésto último, pensando
que me había vuelto loca por completo. Y de relatarle mi discusión
con el señor “soy un ogro” en su despacho, en la cual, ninguno
de los dos dio su brazo a torcer, porque ambos creemos tener la razón
y, de contarle orgullosa como dejé a Bruce con el culo al aire
frente a su hermano, dejándolo en una situación bastante
complicada. Después de que ella, por activa y por pasiva, me dijera
que estaba cometiendo la mayor estupidez de mi vida al dejarlo todo y
largarme de allí, intentando convencerme para que me replanteara las
cosas, después, y solo después de todo eso, me largué por patas a
mi apartamento sin siquiera entrar en la sala de juntas y, dar por
terminada la reunión. Sinceramente, no lo creí necesario porque al
fin y al cabo, a partir de mañana, no perteneceré a la empresa D&D,
a no ser que el señor Dempsey cambie de parecer respecto a mi
traslado a San Francisco.
Ahora,
en la soledad de mi apartamento, y tras haberme dado uno de mis baños
relajantes, que por cierto no sirvió de nada porque sigo igual que
estaba. Solo ahora, empiezo a pensar que tal vez, me haya precipitado
en tomar la decisión de largarme de la empresa. Si le hubiera hecho
caso a Rebeca y, me hubiera tomado un tiempo de reflexión,
seguramente en estos momentos, no estaría sentada en el sofá con el
portátil sobre mis rodillas redactando mi carta de renuncia. Tendría
que haber insistido más con lo de mi traslado, estoy segura de que
podría haber sido capaz de convencer a Daniel de que darnos un
tiempo, era lo mejor. Pero como mi lengua va por libre sin escuchar a
mi cerebro, estas son las consecuencias. Si, lo sé, soy una cabezota
de tomo y lomo que cuando se calienta no atiende a razones, así soy
yo y, es lo que hay. Cuando termino de redactar la carta, que me
cuesta lo mío porque la escribo y la borro como un millón de veces,
conecto la impresora y, la imprimo. A continuación la meto en un
sobre, lo cierro y, lo dejo encima de la mesa. Y ahora yo me
pregunto, ¿cuándo una misma se cierra una puerta, también se abre
una ventana? Lo dudo mucho.
Me
siento agotada física y emocionalmente. Llevo todo el día sin
probar bocado, pero es que no puedo, desde esta mañana tengo el
estómago cerrado de tal manera que soy incapaz de meter nada en la
boca sin sentir nauseas. Solo espero que a partir del lunes y, con el
tiempo, logre olvidar toda esta mierda y centrarme de nuevo. Apago
las luces y, me acuesto, pero a pesar que estoy agotada a más no
poder, no consigo conciliar el sueño. No puedo dejar de pensar en
las cosas que Daniel me dijo en su despacho. Su «no quiero que te
vayas, no quiero perderte», me oprime el pecho y, las lágrimas
brotan de mis ojos sin que pueda retenerlas. «Ay mi “pitufo
gruñón”—pienso—ojalá pueda olvidarte algún día, porque
quererte como te quiero, me hace daño». El sonido del teléfono me
sobresalta. Es él…
— Hola—dice
en cuanto cojo la llamada.
— Hola—respondo
secándome las lágrimas.
— Me
gustaría saber cómo estás…
— Bien—miento—estaba
a punto de quedarme dormida. ¿Por qué me llamas Daniel?
— A
parte de saber cómo estabas, quería decirte que los papeles de tu
traslado a San Francisco están listos, solo necesito tu firma.
— ¿Por
qué has cambiado de opinión?—Se queda callado durante unos
segundos que me parecen eternos.
— Porque
te quiero Olivia, y si irte a San Francisco y alejarte de mi es lo
que deseas, que así sea… porque sigues queriendo irte ¿verdad?
— Si.
Necesito alejarme…
— ¿De
mi?—susurra.
— De
todo. Ojalá pudieras entenderme Daniel…
— Créeme
que lo intento, pero no puedo.
— Lo
siento…
— Yo
también Olivia, yo también. ¿Vendrás mañana a firmar los
papeles?
— Si,
mañana sin falta me pasaré, cuanto antes lo hagamos mejor.
— Está
bien, entonces nos vemos mañana.
— Si.
Hasta mañana, Daniel, gracias…
— Te
quiero nena—y sin más cuelga.
Después
de esta llamada, las compuertas de mis ojos, que intentaban controlar
un torrente de lágrimas, se abren dando paso a un llanto
desconsolado. Debe de quererme de verdad para haber cambiado de
opinión, porque, sabiendo como sé que Daniel es de ideas fijas, más
o menos como yo, no ha dudado en darme lo que quiero. La libertad de
poder alejarme y poner en orden mi mente y, mis sentimientos, aunque
estos últimos los tengo claros. Y a pesar de que a él aun no se lo
dije, le quiero con toda mi alma, pero necesito hacer un punto y
aparte en lo nuestro y, cuando mi cabeza esté en orden, ser sincera
con él y hablarle de mi y del “Lust”, para que entre nosotros no
haya ningún tipo de secreto que pueda embarrar nuestra relación.
También puede ser que esta separación impuesta por mi, me lleve a
perderle para siempre, pero prefiero arriesgarme a tener que quedarme
aquí. Sinceramente, ni yo misma sé lo que quiero… Cierro los
ojos, y por fin, siento que Morfeo se instala a mi lado y me acuna en
sus brazos como si fuera su bebe más preciado y, me duermo.
Al
día siguiente y, como acordamos, a media mañana voy a la oficina
para firmar los papeles que me llevaran a mi nueva vida. Una vida no
deseada, pero si necesaria. Cuando salgo del ascensor, enfilo el
pasillo que me lleva al despacho de Daniel. Siento las miradas de mis
compañeros puestas en mi. Con una débil sonrisa les doy los buenos
días y vuelvo la mirada al frente. No quiero que vislumbren en mi
semblante lo acojonada que estoy por lo que va a suceder en apenas
unos minutos. Me paro frente a la puerta de mi “pitufo gruón” y
llamo decidida. En cuanto escucho su voz dándome permiso para
entrar, me empiezan a temblar las manos por los nervios. Inspiro con
fuerza, abro la puerta y entro.
Daniel
está sentado a su mesa, concentrado en unos papeles, ¿serán los
míos? Puede ser… Sin abrir la boca y, sin que él me diga nada, me
acerco hasta su mesa y, solo cuando estoy sentada frente a él me
mira. Su semblante es triste, y su mirada, su mirada me parte el
alma. Saber que soy la única causante de esa tristeza, me hace
pensar que soy la peor persona del mundo y me siento fatal, pero es
necesario que haga ésto. Por mi, por él, por los dos.
— Buenos
días Olivia, esta debe de ser la primera vez que entras en mi
despacho y te sientas sin que yo te lo ordene…
— Lo
siento, ¿debería haber esperado que lo hicieras?—Su frialdad al
dirigirse a mi me pone a la defensiva.
— No
importa, acabemos con esto cuanto antes—me tiende los papeles que
tiene en las manos—leelos y si estás conforme firma—asiento—.
Quiero aclararte que tu traslado no es definitivo Olivia, solo será
temporal.
— ¿Temporal?
¿Por qué?
— Estarás
a prueba tres meses en San Francisco, después de ese tiempo y
dependiendo de como te desempeñes allí, decidiré si es definitivo
o no—joder, esto no me lo esperaba, pero para ser sincera, me
parece justo — ¿estás de acuerdo?
— Si,
me parece justo.
— Bien.
Entonces firma—dice poniendo su bolígrafo en mi mano. Durante unos
segundos dudo, pero finalmente, planto mi nombre en cada una de las
hojas y se las entrego.
— Bueno...—digo
poniéndome en pie.
— ¿Por
qué no me lo dijiste Olivia?
— ¿Qué
cosa?—Pregunto extrañada. No tengo ni idea a lo que se refiere.
— Lo
de Bruce. ¿Por qué no me llamaste y me contaste lo que mi hermano
te había hecho?—Vaya, ahora está enfadado, y con razón.
— No
lo sé, supongo que al principio creí que eran imaginaciones mías,
tu hermano no me cae precisamente bien y, pensé que mi mente veía
cosas donde no las había. Luego, el otro día con lo que sucedió en
mi despacho, bueno… mi intención era decírtelo, pero no me dio
tiempo…
— Ya,
no te dio tiempo… ¿Te das cuenta que si me hubieras llamado
informándome de lo que aquí pasaba ahora no estaríamos en esta
situación?
— Puede
ser… es tontería pararse a pensar lo que hubiera sucedido si yo
hubiera hecho esto o lo otro, lo hecho, hecho está… ¿Qué ha
pasado con él?
— Bruce
está fuera de la empresa. Le he despedido.
— Vaya,
yo no…
— ¿Qué
esperabas Olivia? ¿Qué después de hacer lo que hizo me quedara de
brazos cruzados?
— No
lo sé, es tu hermano…
— Si,
por desgracia lo es, y lo que ha hecho es imperdonable. Esto iba a
suceder tarde o temprano, Bruce llevaba demasiado tiempo tentando a
la suerte.
— Supongo
que si… Bueno, yo ya me voy, seguro que tienes un montón de cosas
que hacer…
— Así
es… Espera—me dice antes de que llegue a la puerta—, en esta
carpeta están los datos de tu vuelo, debes recoger el billete de
avión en el aeropuerto. También he hablado con una inmobiliaria, el
lunes por la tarde tienes cita con ellos para que te muestren un
apartamento cerca de las oficinas, la empresa se hará cargo del
alquiler durante estos tres meses.
— Pero
eso no es justo Daniel, yo debería hacerme cargo de esas cosas…
— Está
decidido y no voy a discutir contigo sobre ello—camina hasta donde
yo estoy y galantemente me abre la puerta—. Espero que tres meses
sean suficientes para que encuentres lo que buscas Olivia—me mira a
los ojos y yo, solo puede asentir porque el nudo que se ha formado en
mi garganta, no me deja articular palabra—. Llámame si me
necesitas.
— Gracias
Daniel, lo haré—paso a su lado y aspiro el aroma que desprende su
piel. «Ya está, se acabo—me digo mientras voy hacia el ascensor».
— Olivia…—antes
de que me de tiempo a girarme, tira de mi mano y me pega a él. Abro
la boca para protestar, porque estamos en medio del pasillo a la
vista de todos nuestros compañeros, pero antes de que llegue a
pronunciar palabra, me besa. Si, me besa, con ternura, con adoración.
Y yo, le devuelvo el beso poniendo en él todo mi sentimiento no
expresado con palabras y, dejo que su lengua acaricie cada rincón de
mi boca como despedida. Bruscamente separa sus labios de los míos y
me susurra al oído—. «Eres
mía, no lo olvides...»—Lo
que acaba de decir, agita las paredes de mi estómago y de mi mente.
No es la primera vez que escucho esa frase y ese hecho, hace que
todas mis alarmas se disparen…