2
Meses después
Salgo
de la oficina con ganas de llegar a casa y sumergirme en la bañera.
El viento gélido, me hace esconder la cara buscando el calor de la
bufanda de lana que llevo alrededor del cuello. El cielo está gris y
encapotado, talmente parece que vaya a nevar de un momento a otro.
Definitivamente, el invierno ha llegado antes de tiempo y, viene para
quedarse una temporadita. A pesar del frío que hace, recorro la
distancia de la oficina al apartamento andando. Desde que llegué, lo
hago cada día. Algo así como una rutina impuesta para poder
esparcer la mente antes de llegar a casa y dejar los agobios del
trabajo por el camino. Aunque pocas veces lo consigo. El trabajo aquí
es agotador, un caos continuo que por momentos consigue que mi moral
esté por los suelos. Me fastidia reconocerlo, pero egoistamente echo
mucho de menos trabajar codo con codo con Daniel. Todas las
responsabilidades recaían sobre sus hombros y no sobre los míos y
la mayoría de los días al salir del despacho me sentía liberada,
no como ahora que toda la mierda y el estrés me acompañan
constantemente.
Llego
a casa y dejo todos los bártulos en la habitación del despacho,
para a continuación ir al baño y poner a cargar la bañera. Echo
sales en el agua y, unas pelotitas de gel efervescente que según
pone en la etiqueta, son relajantes. Mentira cochina, porque cuando
salgo del baño, no me siento relajada para nada. Aún así las uso
porque me dejan la piel muy suave y tiene un olor a coco que me
encanta. Pongo música y saco de la nevera una botella de vino para
servirme una copa y llevármela conmigo al baño. Si, otro ritual
más. Dejo la copa en el suelo, junto a la bañera, me quito la ropa
y me sumerjo en el agua caliente y perfumada. Dios, que bien sienta,
lástima que este bienestar, solo dure una hora como mucho. Justo el
tiempo que tarda en empezar a enfriarse el agua.
Ya
han pasado dos meses desde que me mudé. Dos meses en los que solo
hablo con Daniel por motivos profesionales. Dos meses en los que cada
noche, cuando cierro los ojos para entregarme a morfeo, lo tengo
presente en mi mente. Ni una sola noche se ha movido de ahí, lo
tengo tatuado en mi cerebro y, también en mi corazón. Que conste
que tampoco he intentado olvidarme de él. Si, soy masoquista y me
encanta regodearme en el dolor que siento al volver a recrear en mi
mente una y otra vez los buenos momentos vividos junto a él. Dos
meses en los que apenas tengo vida social. Más que nada, porque
todavía no tengo la confianza suficiente para salir con nadie,
además, creo que solo me ven como la jefa y, no como una compañera
más. Y eso que he cambiado el chip y mi actitud, para nada tiene que
ver con la que por norma general tengo. Esa en la que yo misma me
obligaba a no relacionarme con mis compañeros porque iba a lo mío y
punto. Pues esa actitud, se ha quedado en Manhattan con la Olivia
mojigata y virginal. Dos meses en los que Rebeca ha venido a verme un
par de fines de semana y, nos lo hemos pasado bestial. Puede que esos
dos fines de semana, sean los únicos en los que realmente, he
disfrutado de estar aquí en San Francisco. Es que Rebeca es mucha
Rebeca y hasta el momento es la única que consigue hacerme reír a
mandíbula batiente con los jugosos cotilleos que me trae. Mi radio
patio particular, cuanto la echo de menos… Dos meses en los que la
única noticia que tuve del “Lust”, fue una carta en la que se
nos comunicaba a todos los miembros que el club, se establecería de
forma permanente en Nueva York. Y que mientras se llevaran a cabo las
obras de adecuación del local, quedaban suspendidas las reuniones
hasta nuevo aviso. Y según mi amiga, el nuevo aviso había llegado
hoy. El “Lust”, abriría sus puertas la noche de fin de año, con
una fiesta espectacular con motivo de su inauguración. Quedaban
exactamente dos semanas para dicho evento, y yo, ya estaba cardíaca
perdida por dos razones.
La
primera, que dentro de una semana, viajaría a Manhattan para asistir
a la fiesta que Daniel daba con motivo de la celebración navideña.
Lo que implicaba tener que verle y estar con él sin aún haber
salido de dudas respecto a su doble identidad. Y la segunda, no tener
más cojones que ir a la fiesta de fin de año del club si por fin
quería esclarecer esas dudas de una maldita vez. Así que si, estoy
que me llevaban los demonios por lo que se me viene encima. Lo único
que realmente me satisface de mi próximo viaje a Manhattan, es
volver a ver a todos mis compañeros, a los que por cierto, y por
raro que pueda parecer, también echo de menos.
El
agua empieza a estar fría, y si no quiero correr el riesgo de pillar
un resfriado o, de que me salgan escamas y me convierta en sirena,
tengo que salir. Me pongo un albornoz y me seco el cabello. No tengo
ganas de peinarlo con la plancha, así que hoy, se va a quedar así,
rizadito. Después, me unto el cuerpo con crema hidratante y me pongo
el pijama. Voy a la cocina y, busco en la nevera algo que llevarme a
la boca. Algo que ya esté hecho, porque no me apetece nada de nada
ponerme a cocinar. Al final, visto que no tengo comida sobrante por
ningún lado, decido hacer un simple bocadillo. Me siento en el sofá
con las piernas cruzadas estilo indio y, lo devoro viendo la
televisión. Más tarde, cuando estoy a punto de acostarme, suena el
teléfono. Sorprendida, miro la pantalla y, ¡no me lo puedo creer!
Es él…
—Señor
Dempsey —digo
—Buenas
noches Olivia, ¿estabas dormida?
—No.
¿Ha pasado algo?
—No,
no…
—¿Entonces
por qué me llama?
—Bueno,
necesito saber si la próxima semana vendrás a la fiesta de navidad.
Los del catering quieren saber más o menos cuántas personas
seremos.
—¿Y
no podría haberme llamado mañana? Es tarde…
—Si,
pero aún no estabas dormida.
—Pero
podría haberlo estado.
—Mira,
ya veo que ha sido una equivocación llamarte personalmente. Tendría
que habérselo encargado a Rebeca, al fin y al cabo con ella hablas
todos los días ¿no?
—Hablo
con quien me apetece.
—Ya
bueno. ¿Vendrás o no?
—Si.
Claro que iré, puede usted contar con mi asistencia.
—Bien,
entonces nos veremos la próxima semana.
—Claro.
Hasta la semana que viene.
—¿Olivia?
—¡¡Qué!!
—Te
echo de menos nena… —Cuelgo el teléfono sin darle la oportunidad
de seguir hablando.
¿Qué
narices me está pasando? ¿Por qué vuelvo a ser tan borde con él?
No sé por qué leches siento tanta rabia en mi interior. Es oírle
hablar y un no se qué recorre mi cuerpo llenándome de un coraje
para el cual no encuentro explicación. ¿O si? Siempre hay algún
motivo para que una se sienta así. Quizá en mi caso sea seguir
amándole a pesar de todo. Con un hondo suspiro de frustración,
apago las luces y me acuesto. Daniel lo hace conmigo. Ahí, alojado
en mi mente. Como cada día.
Estos
días de diciembre, hay mucho trajín en la oficina. Demasiado. Es
todo culpa de las malditas fiestas navideñas. A todo el mundo le
entra el apurón a última hora y tengo la mesa llena de pedidos y
papeles de ventas por comprobar. Por no decir del caos que reina en
la planta baja, el almacén. No paran de llegar pedidos de la central
y los pobres no dan abasto. Y encima, mañana tengo que coger un
vuelo a Manhattan para asistir a la dichosa fiesta. El señor
Dempsey, ha querido darme unos días de descanso con esto de las
fiestas, pero como yo no tengo familia con la que celebrar nada de
nada, pues no he aceptado. Prefiero regresar aquí y poner al día
todo este caos que me rodea. Al menos al estar sumergida en el
trabajo, me mantendrá ocupada y, me dejará menos tiempo para
pensar. El intercomunicador de mi mesa suena. Cada vez que lo hace,
me acuerdo de la conversación entre Daniel y su hermano y, se me
ponen los pelos de punta. No acabo de superarlo.
—Señorita
Murray, tiene una llamada por la línea tres.
—Gracias
Liseth, ya la cojo. —Que mal llevo esto de tener una secretaría.
No consigo acostumbrarme a ello.
—¿Hola?
—Digo descolgando el teléfono.
—¡Hola
desaparecida! Hace días que no sé nada de ti. ¿Tan ocupada estás
que ni siquiera tienes tiempo de contestar mis mensajes?
—Lo
siento Rebeca, pero si, lo cierto es que esto desbordada de trabajo y
apenas me queda tiempo para respirar.
—Muy
mal querida amiga. Hace poco más de dos meses que te fuiste y ya
empiezas a olvidarnos.
—No
digas tonterías rubi, sabes que no es así. Mañana cuando llegue te
compensaré invitándote a cenar, ¿te parece bien?
—Por
eso te llamaba. No me has confirmado la hora de tu llegada y no
pienso estar esperándote todo el día en el aeropuerto. Así que
dime, ¿a qué hora llegas?
—¡Es
verdad, que cabeza la mía! Cojo el vuelo de las ocho de la mañana.
Si todo va bien, supongo que llegaré sobre las tres, más o menos.
¿Estás segura de que podrás ir a recogerme? Porque puedo ir en
taxi hasta mi casa.
—Claro
que iré a recogerte, no hay ningún problema.
—Perfecto,
gracias.
—No
hay de que, para eso estamos las amigas. No te olvides traer el
regalo del amigo invisible. Supongo que no querrás tener que ir a
hacer compras de última hora ¿verdad?
—Me
conoces bien, sabes que odio las aglomeraciones. No te preocupes, el
regalo ya está en mi maleta. Pero gracias por recordármelo.
—Bien,
entonces hasta mañana. Estoy deseando verte.
—Lo
mismo digo. —Sonrío. Tengo muchísimas ganas de verlos a todos.
Si, a todos. Pero especialmente a esta loca que se ha convertido en
alguien muy especial en mi vida.
—Hasta
mañana entonces.
—Hasta
mañana Rebeca.
Después
de la conversación con mi amiga, reanudo mi trabajo y, el resto del
día pasa volando. Cuando me quiero dar cuenta, son casi la siete de
la tarde y aquí sigo, en mi despacho, guardando en un archivo las
ventas del último trimestre para irme. Llego a casa agotada, pero
contenta porque este par de horas de trabajo extra, me ha
permitido dejar todo organizado y, que no quede nada pendiente. Si,
hoy sin ninguna duda, ha sido un día muy productivo.
Más
tarde, después de haberme cerciorado de que mi equipaje está
correcto y, de que el regalo del amigo invisible está dentro de mi
maleta, me meto en la cama. Aunque no sé para qué. Porque sabiendo
que pasado mañana en la fiesta de D&D, voy a volver a ver a
Daniel, estoy completamente segura de que no podré pegar ojo. Hace
horas que los nervios y la ansiedad han decido instalarse en mi
cuerpo y, no me abandonarán hasta que esté de regreso. Me muero por
verlo...