Durante
aproximadamente diez horas, estoy encerrada en ese pájaro de grandes
alas sobrevolando el cielo. Empiezo a sentir claustrofobia, no es
para menos, son demasiadas horas encerrada y, suspendida en el aire.
Aunque ya he hecho este viaje tres veces, siempre que estoy a punto
de llegar me pasa lo mismo, la ansiedad empieza a superarme. Llevo
tanto tiempo sentada, que creo que hasta se me ha borrado la raya del
culo.
Una
vez empezada la novela, no he podido parar de leerla, es cortita y,
tiene partes muy divertidas. Después de que unas amables azafatas
nos sirvieran el almuerzo, me he puesto cómoda y, he conseguido
dormir un par de horas y, no, no he tenido ningún sueño raro, he
dormido plácidamente. Nos acaban de anunciar que estamos a puntito
de aterrizar, que apenas nos queda meda hora de vuelo. ¡Bien, estoy
deseando pisar suelo firme! No es que me asuste volar, para nada,
pero vuelvo a repetir, tantas horas aquí encerrada, me agobian un
montón. Intento relajarme pensando que mañana, pasaré el día
tirada literalmente en una tumbona tostándome al sol y, bebiendo
esos cócteles tan deliciosos que hacen en la isla. Mis dos primeros
días en Ibiza, siempre son iguales, no hago absolutamente nada, a
parte de lo dicho claro, retozar en la playita o, en la piscina del
hotel. Luego, el resto del tiempo siempre busco algo que hacer por la
mañanas, hay sitios maravillosos que nunca me canso de visitar.
Ya
está, ya he recogido la maleta y, en estos momentos voy en un taxi
camino de mi destino. Me hospedo en el hotel “Figueras!, a pie de
playa. Es un hotel sencillo, rodeado de palmeras, con una terrazas
increíbles con vistas al mar y a la piscina. La verdad, que es muy
cuco y tranquilo, esta es la segunda vez que me hospedo en él y, si
Dios quiere, seguiré haciéndolo durante mucho tiempo.
Cuando
termino de registrar mi entrada en recepción, voy a los ascensores
para subir a mi habitación, detrás de mi, un chico moreno y,
guapísimo me acompaña con la maleta. En cuanto termino de colocar
mis cosas en el inmenso armario, me tumbo en la cama, ¡Dios, estoy
agotada no, lo siguiente! Pese a que se me cierran los ojos, tengo
tanta hambre que decido llamar para que me sirvan algo ligero de
cenar aquí en la habitación. Me como la ensalada cesar sentada en
la terraza, disfrutando de las extraordinarias vistas que tengo desde
ésta. Tengo diez días para disfrutar de todo esto a tope y, no os
quepa ninguna duda que lo haré.
Los
rayos del sol, entran con fuerza en la habitación. Ayer, en cuanto
apoyé la cabeza en la almohada, me quedé frita y, ni cuenta me di
de correr las cortinas, por eso ahora, a las ocho de la mañana estoy
despierta y, tapándome la cara con una almohada porque me molesta
tanta claridad. Completamente segura de que no podré volver a
dormirme, me meto en el cuarto de baño y, me doy una ducha para
acabar de despejarme. Me pongo un biquini blanco, el vestido camisero
en distintos tonos de rosa, unas sandalias planas y, con el pelo
recogido en una alta cola de caballo y, la bolsa de la playa en una
mano, bajo a desayunar.
Hablo
español bastante bien, pero no sé escribirlo, por eso cuando estoy
aquí, intento por todos los medios que la gente me hable en este
idioma, me gusta practicarlo y, pasar desapercibida, esto último es
más complicado de conseguir porque parezco copito de nieve de lo
blanca que estoy, teníais que ver lo morena que está la gente por
estos lares. Me consuelo pensando que cuando mi estancia aquí
finalice, tendré un bonito color tostado.
El
día pasa en un pispás. Después de comer, he pasado toda la tarde
en la playa, escuchando música y, leyendo. Ahora estoy en mi
habitación poniéndome mona para ir a cenar, he visto un restaurante
italiano cuando volvía de la playa y, allí es donde iré, me
apetecen unos buenos fetuccini al pesto, se me hace la boca agua solo
de pensarlo. Me pongo unos tejanos oscuros, ajustados y, una camiseta
de tirante azul marino. Cojo del armario la cazadora vaquera y me
calzo los zapatos de tacón. Cuando estoy a punto de salir por la
puerta, me llega un mensaje al móvil, nerviosa temiéndome quien
pueda ser el remitente, lo leo, pero no es él, es Rebeca.
«Hola
bombón, ¿qué tal tu primer día de vacaciones? Seguro que
estupendamente. No sabes lo que me gustaría estar contigo, por aquí
el ambiente esta muy caldeado. No sé que mosca le ha picado al jefe
para que esté de tan mala leche... Esto es un rollo sin ti. Cuidate,
¡muakis!»
¡Vaya!
Pensé que el señor “soy un ogro”, estaría en San Francisco y
no en Manhattan, ¿habrán encontrado ya un sustituto para el gerente
de la otra delegación? Mientras bajo en el ascensor, le contesto a
mi amiga.
«Hola
guapa, estoy genial. El vuelo un poco largo, pero merece la pena, la
isla sigue tan maravillosa como siempre. ¿Así que tenéis marejada
en la oficina? Lo siento, pero bueno, ya sabes como es el señor
Dempsey, mándalo al carajo y, hazte la loca, tu ni caso. Mañana te
enviaré unas fotos para darte envidia, jeje. ¡kisesssss!»
Salgo
del hotel y, con paso tranquilo, me dirijo al restaurante, pero en el
mismo momento que traspaso la puerta de éste, me arrepiento de haber
ido allí a cenar, porque la mayoría de las mesas están ocupadas
por parejas. Se me cae el alma a los pies al ver tanta demostración
de amor a mi alrededor. Sentada en una mesa junto a un gran ventanal
que da al puerto, no puedo dejar de sentir algo de envidia al ver lo
que me rodea. Es un restaurante precioso, y si, también muy
romántico, lo que intensifica mi soledad en el plano sentimental.
Quizá en otro tiempo, ni siquiera lo habría pensado, pero viendo
mis circunstancias actuales en las que estoy más sola que la una,
pues no puedo dejar de sentirme mal por ello.
El
camarero, retira el cubierto que está frente a mi y, que nadie
utilizará, joder, si hasta parece que me mira con lástima y todo,
que situación más bochornosa. A lo mejor son solo imaginaciones
mías, pero creo que también me miran algunos de los comensales allí
presentes. ¡A la mierda, no voy a permitir que esas miradiditas me
amarguen la cena!
A
parte de disfrutar de unos riquísimos fetuccini al pesto, también
disfruto de la panorámica que tengo ante mi. El mar, montones de
estrellas brillando en el cielo, los barcos iluminados con luz tenue…
La vista es espectacular, y si, creo que dado con el rincón más
romántico de la isla y, también creo que esta será la primera y,
la última vez que venga aquí, así que intentaré grabar en mi
memoria tanta belleza.
Después
de la deliciosa cena que he conseguido disfrutar a pesar de los
pesares, camino hasta la playa, me quito los zapatos de tacón y
decidida, entierro los pies en la fría arena, me acerco a la orilla
y, contemplo el mar que está en absoluta calma. ¡Os juro que esto
es una autentica pasada! Me quedo allí un buen rato, simplemente
disfrutando de la brisa nocturna en mi cara y de la calma que me
rodea y, sin querer, pienso en lo qué hubiera pasado si Daniel y yo,
nos hubiéramos reconciliado, ¿estaría aquí conmigo disfrutando de
todo esto? Posiblemente si, se me encoge el corazón al volver a ser
consciente del error tan grande que cometí al negarme a tener una
relación con él. Aunque bueno, viendo el poco tiempo que tardó en
buscarme una sustituta, quizá no haya sido tan mala la decisión
después de todo ¿no?
Ya
en el hotel, me doy una ducha rápida para quitar los restos de arena
de mis pies y, me pongo cómoda, a pesar de que hoy no he hecho
especialmente nada, estoy agotada y, me acuesto. Enciendo el
televisor, en uno de los canales, están poniendo una película que
siempre me gustó mucho, “ La Milla Verde”, me gusta precisamente
porque no es una historia de amor de esas imposibles que al final te
hace llorar, porque las flechas de cupido han dado en el blanco y
todo termina bien, no obstante, el final de esta película también
te hace llorar, por lo menos a mi que no soy de lágrima fácil. La
veo, y claro, termino llorando como una magdalena, con lo bueno que
era el pobre hombre y, lo mal que terminó, sin tener culpa de nada…
Dispuesta
a dormir, cojo el móvil para silenciarlo y para mi sorpresa, veo un
sobre en la pantallita que me recuerda momentos pasados. ¿Será él?
¿Estará pensando en mi? Porque yo si que pienso en él,
continuamente. Suspiro, y con los nervios instalados ya en mi
estómago, lo leo.
«Te
echo de menos nena…»
«¡Dios,
y yo te echo de menos a ti capullo arrogante y déspota! Si no te
hubieras presentado en mi fiesta de cumpleaños con la tetona, ahora
todo sería diferente, porque yo me habría acercado a ti y, te
hubiera pedido una oportunidad para descubrir si lo nuestro merecía
la pena o no—murmuro a la pantalla del teléfono molesta». ¿Qué
hago? ¿Le contesto o, hago lo mismo que él me hizo a mi, que me
tuvo varios días sin saber nada de él? Nada, mejor dejarlo correr,
¿qué sentido tendría volver a empezar de nuevo con mensajitos de
texto? Apago el teléfono y, cierro los ojos suplicándole a morfeo
que no me abandone esta noche, que necesito dormir para no pensar en
él.
Me
despierto tarde, muy tarde, porque obviamente el desgraciado de
morfeo no me ha hecho ningún caso y, cuando conseguí quedarme
dormida, ya empezaba a amanecer, y lo único que he conseguido, es
despertarme con un dolor de cabeza espantoso. Me tomo un ibuprofeno y
preparo la bolsa de la playa mientras espero a que me suban un café
y unas tostadas. Hoy pasaré el día en la “Cala Jondal”, es una
amplia bahía, tranquila y, maravillosa.
Antes
de untarme el cuerpo con protector solar, me doy un baño. El agua
está estupenda, ni fría ni caliente. Nado durante un rato y, cuando
ya tengo la respiración entrecortada por el esfuerzo, salgo para
tumbarme al sol. En el hotel, me han preparado una bolsa con comida,
son super amables y atentos conmigo, un encanto la verdad, por eso me
gusta tanto venir aquí. El calorcito del sol sobre mi piel, me
adormece, creo que no tardaré mucho en quedarme dormida
profundamente. En estos momentos, me siento bien, relajada, a decir
verdad, estoy hasta contenta, porque he tomado una decisión mientras
venía de camino hacia aquí. En cuanto vuelva a Manhattan y vea a
Daniel, voy a ser clara con él y decirle lo que siento, que estoy
dispuesta a seguir adelante con lo nuestro… ¡Ojalá él estuviera
aquí conmigo…!