Salgo
disparada del edificio y enfilo la avenida que tengo ante mi sin
rumbo fijo. Lo único que tengo en la mente es alejarme de allí lo
máximo posible. Necesito poner distancia entre lo que sea que haya
pasado allí arriba en el despacho de Daniel y, mis sentimientos.
Sinceramente, no acabo de asimilar las palabras oídas hace unos
momentos, ¿en serio qué para él soy solamente una más? Pues va a
ser que si. Si alguien me hubiera dicho que él pensaba o, sentía
así, probablemente no lo hubiera creído y me hubiera reído, pero
fui yo quien lo escuchó claramente con mis propios oídos y, por ese
mismo motivo me encuentro ahora así, caminando a sabe Dios donde y,
sin saber que hacer.
El
autobús me deja en un lateral de “Central Park”, me adentro en
el parque y sigo caminando, caminando y caminando hasta que mis pies
resentidos y doloridos por culpa de los zapatos de tacón y de tanta
caminata, me dicen basta. Me siento en el primer banco que encuentro
y libero a mis pies de su tortura. Miro a mi alrededor mientras
estiro y encojo los dedos y, solo entonces me doy cuenta que estoy
bastante lejos del edificio D&D, exactamente en el centro de
Nueva York y, en su inmenso parque. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
¿Hasta qué punto llega mi estupidez que no soy capaz de recordar en
que momento exacto decidí subirme a un autobús y plantarme en el
centro? Las primeras lágrimas resbalan por mis mejillas, soy incapaz
de contenerlas por más tiempo, no puedo más. Estoy harta y muy
cansada de mi historia con Daniel. Prácticamente mi mente no ha
tenido un minuto de descanso desde que que cada uno puso los ojos en
el otro. Y desde que decidimos descubrir a donde nos llevaba esta
historia incluso ha sido peor. Si, nuestros encuentros íntimos son
espectaculares, buenos, muy buenos. Incluso nuestra convivencia de
las últimas semanas era perfecta, o eso creía yo, que por lo visto
era la única que se entregaba en cuerpo y alma creyendo que esto iba
en serio. Pero una vez más, nada es lo que parece…
Después
de haber escuchado la conversación entre Daniel y su hermano, me
hago una pregunta. ¿Merece la pena pasar por todo esto por estar al
lado de una persona que simplemente cree que soy una más en su larga
lista de conquistas? No me hace falta pensar demasiado para saber la
respuesta, evidentemente, va a ser que no, que nada merece la pena.
¿Qué
es lo que me ha pasado? Yo vivía feliz y tranquila en mi mundo.
Sola, eso si, pero tranquila, muy tranquila. Sin nada ni nadie que
perturbara mis pensamientos constantemente. Durmiendo a pierna
suelta, porque tampoco había sueños que me despertaran en plena
noche jadeando. Aunque para ser sincera, lo de los sueños tiene más
que ver con Jack que con Daniel, así que seguramente los sueños si
que estarían ahí. Y sin Daniel por medio mi conciencia estaría
tranquila porque no me sentiría desleal con él. Y ¿por qué
narices estoy pensando esto último? ¿Acaso él tiene conciencia?
¿Acaso piensa en mi cuando abre esa bocaza para soltar mierda por
ella? No, no tiene ni conciencia y por lo que veo tampoco tiene
escrúpulos. Y ahora ¿qué?…
Ahora,
a pesar de mis sentimientos por él, no puedo seguir adelante. No
después de saber que no significo nada en su vida. Que todo era una
ilusión que crecía en mi mente día si y, día también. Y tampoco
quiero seguir adelante sabiendo que su hermano estará constantemente
en nuestras vidas. No, no quiero vivir con el miedo, o la duda
pensando que será lo próximo que haga ese mal nacido para hacerme
daño. Esto se acabó, necesito poner en orden mi cabeza y, la única
manera de conseguirlo en alejándome de todo durante un tiempo, poner
tierra de por medio y solo cuando esté lo suficientemente lejos,
quizá sea capaz de analizarlo todo fríamente, sin un puto
sentimiento de por medio. Creo tener la solución al alcance de mis
manos, lo que no sé, es si seré capaz de llevarla a cabo hasta el
final.
Decidida
miro el reloj, queda menos de media hora para que todo el mundo se
reúna en la sala de juntas del edificio D&D y, por primera vez
en mi vida llegaré tarde, pero llegaré. Seguramente Rebeca esté
tirándose del pelo preguntándose dónde cojones estaré metida y,
algunas cosas más. Cuando salí de la oficina, no lo hice de buenas
maneras y estará preocupada por mi. Pondrá el grito en el cielo
cuando sepa lo que voy a hacer. Solo espero que lo entienda y que no
trate de convencerme de hacer lo contrario, porque esta vez estoy
dispuesta a llevar mis planes hasta el final. No habrá nada ni nadie
que consiga hacerme cambiar de opinión. En cuanto salgo del parque
cojo un taxi en me pongo en camino…
Voy
en el taxi retorciéndome los dedos de las manos, estoy nerviosa,
demasiado nerviosa. Lo que tengo en mente, sé que no va a gustarle a
Daniel. Trato de convencerme de lo que él piense o deje de pensar me
importa una mierda, pero no es así. El teléfono suena dándome un
susto de muerte por ir demasiado concentrada pensando en él… Es
Rebeca.
— ¡Olivia
Murray! ¿Puede saberse dónde coño te has metido? Van a empezar con
la reunión y Daniel esté que lo llevan los demonios porque no
apareces—me suelta mi amiga cabreada.
— Voy
de camino Rebeca.
— ¿De
camino? ¿Pero dónde estás?
— Luego
te cuento, estoy a punto de llegar…
— Está
bien, pero tendrás que hablar conmigo largo y tendido señorita.
Intentaré retrasar un poco la reunión para que te de tiempo a
llegar, aunque no puedo prometerte nada.
— No
te preocupes Rebeca, no es necesario que lo hagas, de hecho quiero
ser la última en entrar en la sala de juntas.
— ¿Qué
estás tramando?
— Lo
sabrás a su debido tiempo...—Y sin más cuelgo el teléfono.
Quince
minutos después el taxi me deja en la puerta de D&D. Como un
pasmarote me quedo mirando la puerta sin decidirme a cruzarla. Lleno
los pulmones de aire varias veces para aligerar la presión de mi
pecho y, con decisión, doy el primer paso. Al pasar por la sala de
juntas, me fijo en que la puerta de ésta está cerrada. La paso de
largo y, voy hasta mi despacho para coger de encima de la mesa la
carpeta con toda la documentación necesaria para la reunión y,
vuelvo atrás. Estoy frente a la puerta, animándome muy mucho para
entrar. Lo hago y, todas las cabezas se voltean a la vez. «Genial,
ahora tengo todas las miradas puestas en mi—pienso».
Paseo
la mirada por cada una de las personas que están sentadas al rededor
de la mesa ovalada, diez en total. Hay dos sillas vacías, una al
lado de “el señor soy un ogro”, y otra en el lado opuesto.
Sonrío y con toda la tranquilidad del mundo me siento en el lado
opuesto. Cuanto más lejos mejor, por si las moscas. Coloco la
carpeta encima de la mesa y saco un bolígrafo, yo a lo mío, como si
no llegara tarde y acabara de interrumpir una reunión importante.
Una vez todo listo, levanto la mirada y, me encuentro con tres pares
de ojos puestos en mi persona. Los de Bruce, fríos y calculadores,
incluso me atrevería a decir que expectantes. Los de Rebeca,
interrogantes y suplicantes. Y los de Daniel… Bueno, podría decir
que su cara es el vivo retrato de un buldog a punto de saltarme a la
yugular. No hubiera estado de más haberle traído un bozal. Los
demás compañeros, creo que si pudieran, saldrían por patas…
— Bueno,
¿qué me he perdido?—Digo más chula que un ocho.
— ¡Nada!—Ladra
el buldog—. Estábamos haciendo tiempo mientras te dignabas a
aparecer.
— Pues
ya he aparecido. No perdamos más tiempo…
— Si
hemos perdido el tiempo ha sido gracias a ti...—fulmino a Bruce con
la mirada por su comentario—. Lo mínimo que podías hacer es
disculparte, tenemos cosas más importantes que hacer que esperarte a
ti…
— Pues
entonces déjate de darle a la húmeda y pongámonos manos a la obra.
El tiempo apremia ¿no?
— ¿No
vas a decir nada Daniel?—Bruce mira a su hermano instándolo a que
hable, pero éste se queda callado. Está muy cabreado, la vena que
palpita en su cuello le delata.
Una
hora más tarde, seguimos encerrados en aquella sala tratando largo y
tendido los puntos importantes de la empresa. A cada minuto que pasa,
mi nerviosismo aumenta. No porque me esté entrando el caguele, sino
porque se acerca el momento de hablar del punto que a mi me interesa
y con el que daré mi golpe de gracia. Ése con el que conseguiré
que el buldog se convierta en un fiero león.
— Bueno, llegamos al punto que más me interesa y que me trae de cabeza—dice el perro ladrador—. Como todos saben llevamos poco más de un par de meses sin director ejecutivo en San Francisco. Encontrar alguien que se ocupe de la delegación se ha convertido en una odisea para la empresa. En este tiempo hemos tenido a prueba a tres personas que, aunque en un principio daban la talla para el puesto, una vez metidos en tarea, han resultado ser del todo ineptos. Puede ser que que debido a que soy una persona muy exigente, yo, tenga parte de culpa en no dar con la persona adecuada, y es por eso que ustedes me dieran su opinión al respecto y pudieran echarme una mano para tratar de solucionar esto sin dilación. Quizá conozcan a alguien que puedan recomendarme…
Escucho
atentamente todas y cada una de las opiniones de mis compañeros. La
verdad que hay de todo. Creo que hablan por hablar porque en realidad
no se atreven a dar el nombre de nadie. Es lógico, si ese alguien
resultara no ser eficiente, habrán quedado con el culo al aire ante
el jefe y eso no conviene. Bruce, abre la bocaza y propone hacer una
selección de todo el personal de la empresa, por lo que veo un
tipo de casting o algo así. Hacerles pasar por varias pruebas e ir
descartando. ¡Menuda chorrada! Pero claro, debo de ser la única que
piensa eso, porque los demás asienten y le dan el para bien a la
idea de ese energúmeno degenerado al que me gustaría patearla la
cabeza como si fuera un balón de rugby. Cansada de oír tanta
parrafada, carraspeo para llamar la atención de todos. Y solo,
cuando todos los ojos vuelven a estar puestos en mi, solo entonces,
abro la boca…
— Señor
Dempsey, yo tengo la solución para ese punto en concreto—digo
mirándole a los ojos.
— ¿Lo
tienes?—Pregunta extrañado. Asiento.—Habla…
— Vera,
conozco a la persona adecuada para el puesto de trabajo.
— ¿A
si? ¿Y quién es si puede saberse?
— Yo
misma señor Dempsey. Solicito oficialmente el puesto de director
ejecutivo en la delegación de San Francisco—Ya está, ya lo he
dicho y, he conseguido dejar al “señor soy un ogro” con la boca
abierta…