«Me
he muerto y estoy en el cielo —pienso mientras miro a mi
alrededor». Estoy tumbada en un chaise longe de color blanco y
dorado y, todo lo que me rodea también es de un color blanco
impoluto. Siento una calma absoluta, y paz, mucha paz. Noto el tacto
de unas manos suaves acariciando mi rostro con ternura. Por su
aspecto debe de ser un ángel. Pelo claro, ojos de un azul intenso
que me hipnotizan. Lleva pantalón y camiseta también en blanco. Se
inclina y se acerca a mi oído para susurrarme algo que no soy capaz
de entender. ¿Quién eres? Me da la espalda y se aleja. Entonces es
cuando veo sobresalir de su espalda dos enormes alas de color negro,
pienso que debe de ser un ángel caído o algo así. En realidad no
tengo ni idea, todo es tan surrealista…
— Olivia… —Alguien susurra mi nombre bajito—, Olivia, despierta por favor…
Busco
el lugar del que proviene esa voz desesperada que me pide que me
despierte, ¿es qué acaso estoy dormida? La voz, insiste una y otra
vez en que abra los ojos, pero no quiero hacerlo. Algo en mi fuero
interno me dice que si lo hago, la paz que siento en mi interior, se
esfumará. Estoy tan bien aquí…
Al
final claudico y poco a poco voy abriendo los ojos. Lo dicho, en
cuanto lo hago, toda la paz se esfuma al ver la cara de mi jefe a
escasos centímetros de la mía. Esas palabras pronunciadas por él
hace un momento… «Estás despedida Olivia...», golpean con fuerza
en mi cabeza y al tener su rostro tan cerca de mi, rezo al
Todopoderoso para que me de un ataque de alergia y empiece a
estornudar sin parar. Pero va a ser que no.
Él,
me mira detenidamente, callado. Como si tuviese miedo a pronunciar
palabra alguna. Se inclina un poco más, hasta el punto que noto su
cálido aliento sobre mi rostro. Creo que está a punto de besarme y,
a pesar de toda la rabia que siento porque me ha despedido sin ningún
motivo aparente ( al menos que yo sepa ), quiero que lo haga. Quiero
que me bese y saber de una maldita vez a que saben sus labios
arrogantes. Por primera vez en cinco años, me siento flaquear con el
señor “soy un ogro” y eso me asusta. ¡Por el amor de Dios, me
ha despedido! ¿Cómo puedo estar siquiera pensando en dejarme besar
por él? ¿Es qué me he vuelto idiota o qué? ¡Maldita sea…!
— ¿Qué
te crees que estás haciendo? —Espeto con brusquedad consiguiendo
que él me mire directamente a los ojos—. ¿A caso te crees que soy
la bella durmiente para que te atrevas a besarme? ¿O es qué quiere
darme un beso como premio de consolación por mi despido?
— Olivia,
respecto a eso…
— ¡Si,
explicate respecto a eso! ¿Puedo saber por qué coño me has
despedido? ¿Puedes decirme exactamente que es lo que he hecho para
merecer algo así?
— Bueno,
veras… En realidad no es cierto.
— ¿Qué
no es cierto? —¡La medre que lo pario!— ¿Qué no es cierto?
—Grito como una energúmena.
Lo
empujo con fuerza para apartarlo de mi, y me levanto tan rápido del
suelo, que estoy completamente segura, que ni la cámara de
vigilancia que sé que él tiene puesta en alguna parte, le ha dado
tiempo a registrar ese movimiento. Apoyo las manos en las caderas y
lo miro de frente. Con furia. ¡Patearía ese culo pomposo que tiene
hasta el fin de mis días!
— ¿Por
qué lo has hecho? ¿Tanto me odias como para hacerme algo así?
— No
te odio Olivia…
— ¡Dime
porque lo has hecho!
— Lo
hice porque llevaba más de diez minutos sentado en frente de ti y ni
siquiera me veías. Estabas tan ensimismada pensando, que ni siquiera
apreciaste el movimiento de mi mano delante de tu cara. Fue lo
primero que se me ocurrió para hacerte reaccionar. Pensé que en
cuanto lo oyeras te pondrías a gritar y a hacer aspavientos con las
manos como haces normalmente. Además, reconozco que quería hacerte
pasar un mal rato —Está claro que con patearle el culo, no voy a
tener suficiente, voy a tener que pensar en algo, algo sangriento—.
Lo que no imaginé, fue que te quedarías callada y te desmayarías.
Lo siento, lo siento muchísimo Olivia. He sido un gilipollas por
hacer algo así.
— ¿Puedo
saber qué te he hecho para que sientas la necesidad de hacerme pasar
un mal rato? ¿Puedo saber qué cojones quieres de mi? ¡Últimamente,
no haces más que buscarme, buscarme y buscarme y créeme, empiezo a
estar harta de esta situación!
— ¡Maldita
sea, me gustas! Y tú, no haces más que ignorarme y despreciarme.
Sólo quiero que me conozcas, que veas quien soy en realidad. Si me
dieras una oportunidad, te darías cuenta que ni de coña soy la
clase de persona que te imaginas —¡Ay Dios mío que me da un
parraque! ¿Ha dicho que le gusto? ¿En serio? ¡Joder, pues estamos
apañaos porque yo hacia él siento todo lo contrario! ¿Quiere eso
decir qué vamos a seguir tratándonos así continuamente? ¿Qué
nunca vamos a poder entendernos?
— Señor
Dempsey…
— ¿Lo
ves? ¡Joder Olivia, estabas tuteándome hace dos minutos y ahora
vuelvo a ser el señor Dempsey!
— Tienes
razón. Mira, yo no siento lo mismo que tú, no me gustas y, si
realmente estás buscando la manera de cambiar eso, con tu actitud,
estás consiguiendo todo lo contrario. Conmigo no haces más que
cagarla Daniel, por ese camino, no llegarás a ningún lado…
— ¿Qué
tengo que hacer para que me des una oportunidad?
— Nada.
No tienes que hacer nada porque nunca voy a darte esa oportunidad. Lo
siento. Ahora si me disculpa —vuelvo al trato empleada jefe—, ya
he perdido demasiado tiempo, recuerde que usted me paga por hacer mi
trabajo, que aquí no se hacen obras de caridad —dicho esto, doy
media vuelta para salir de allí en cuanto antes.
— Señorita
Murray… —Me giro desde la puerta— Tome —me extiende un papel
doblado. Lo cojo—, es la dirección de la tienda donde compré las
bambas de CK, las quiero sobre mi mesa antes del fin de semana.
Estaba dispuesto a perdonarla, pero visto lo visto…
— Si
claro —digo torciendo el gesto y poniendo una mueca de desagrado—,
como si usted fuera capaz de hacer algo sin recibir nada a cambio…
—Firme como una vela, desaparezco de su campo de visión en cero
coma.
Sé
que pensaréis que estoy loca por lo que acabo de hacer, por no
dejarme llevar y haberme lanzado a devorar su boca pecaminosa, pero
no, no puedo hacerlo. Sencillamente porque no me bastaría con tener
un lío con él. Me conozco bien, y sé que acabaría enamorada hasta
las trancas cuando probablemente para él, solo sea un capricho
pasajero. Un desafío o como queráis llamarlo. No quiero enamorarme,
me niego rotundamente a ello. Cuando me inscribí en el “Lust”,
lo hice para cambiar mi vida, porque estar en el club, me brindaba la
oportunidad de follar con quien me diera la gana sin aplicar ningún
tipo de sentimiento en ello, más que el de la lujuria y el deseo.
Sin la necesidad de poner mi corazón en juego. Llamadme cobarde si
queréis, quizá lo sea, no lo niego. Pero prefiero vivir con mi
cobardía a tener que vivir con un corazón destrozado por un amor no
correspondido. Ya he pasado por eso una vez y duele, duele demasiado.
El
resto del día, lo paso enclaustrada en mi despacho. Ni siquiera
Rebeca es capaz de sacarme de mi abatimiento con su charla constante.
Después de un buen rato intentándolo, por fin, al ver que yo la
ignoro totalmente y que solo contesto a sus preguntas con
monosílabos, parece haberse dado cuenta que el horno no estaba para
bollos y ha desistido. Me deja trabajar a mi aire y sin volver a
dirigirme la palabra, aunque si que noto su mirada sobre mi más de
una vez. Sabe que algo me pasa, y si me conoce un poco ( que creo que
si ), no hurgará en ello, esperará a que sea yo la que saque el
tema y le cuente lo que ha sucedido.
Durante
todo el día, he evitado volver a entrar en el despacho del jefe. Por
hoy ya he tenido bastante, tengo el cupo de gilipolleces lleno hasta
los topes, así que he enviado a Rebeca en mi lugar cada vez que él
ha necesitado algo. Supongo que habrá captado la indirecta de que no
quiero verlo, porque ni siquiera ha protestado al verla a ella y no a
mi. En realidad, después de saber que le gusto, no creo que vuelva a
ser capaz de estar con él a solas en ninguna parte, por lo menos
hasta que pase algo de tiempo y consiga difuminar sus palabras.
A
las cinco, todo el mundo se va a sus casas o a donde quiera que vayan
después de terminar su jornada laboral excepto yo, que decido
quedarme para terminar un balance de devoluciones y así mantener la
mente ocupada. Aunque os parezca extraño ( dados mis sentimientos
hacia el señor Dempsey ), no he podido dejar de pensar en él. Lo de
esta mañana, me ha dejado más hecha polvo de lo que imaginaba. Ha
despertado algo en mi que creía dormido desde hacía mucho tiempo. Y
no me gusta.
Miro
el reloj, son las seis pasadas. Acabo de recordar que tengo
encargadas desde esta esta mañana las putas bambas del jefe en la
tienda que él mismo muy amablemente me facilitó. Si me doy un poco
de prisa, todavía podré llegar a tiempo para recogerlas y
dejárselas mañana a primera hora encima de su mesa. Guardo el
archivo del balance de devoluciones ya terminado y apago el
ordenador. Recojo el resto de mis cosas y salgo.
Mientras
espero a que el ascensor suba, me apoyo en la pared y cierro los
ojos, estoy agotada. No es que me haya matado a trabajar, pero si
podría decir que me he matado a pensar, y mentalmente, no doy más
de si. Está claro que comerme el coco, consume mis energías al cien
por cien. Suspiro hondo, y es en ese preciso momento cuando noto que
alguien está a mi lado. No necesito abrir los ojos para saber de
quien se trata. El escalofrío que recorre mi espalda, lo delata.
— ¿Trabajando
horas extra, señorita Murray? —Me pregunta.
— Me
quedé para terminar el balance de devoluciones, no me gusta dejar
las cosas a medias.
— Sin
ninguna duda, será usted la empleada del mes… —Dice con burla.
Ni siquiera me molesto en contestarle. No merece la pena.
Entramos
juntos en el ascensor, un cubículo demasiado pequeño para compartir
con él. Me pongo nerviosa al recordar lo sucedido en su despacho
esta mañana y se me humedecen las palmas de las manos. El señor
Dempsey presiona el botón de bajada y se gira hacia mi presionando
mi cuerpo contra el espejo. Deja su maletín en el suelo y apoya
ambas manos en el cristal, una a cada lado de mi cara. Su mirada es
tan intensa y abrasadora, que se me humedecen otras zonas de mi
cuerpo a parte de las manos.
— Te
pido perdón por adelantado Olivia…
— ¿Por
qué me pide perdón? —Pregunto mirando sus ojos de color azul
cielo.
— Porque
voy a besarte… —Y así, sin darme tiempo a reaccionar, se apodera
de mis labios y los hace suyos. Nuestras bocas se amoldan a la
perfección y nuestras lenguas se exploran, ávidas de contacto. Es
un beso tan carnal y posesivo que me vuelve loca y me hace
restregarme contra él sin importarme las consecuencias, y cuando más
entregada estoy, se abren las puertas del ascensor y él se separa de
mi bruscamente, recoge su maletín del suelo y se larga sin mirar
atrás, dejándome confundida, temblando y con ganas de más, mucho
mas…