Tres
años después
Me
miro en el espejo. El vestido que me ha regalado mi “pitufo gruñón”
para el evento de esta noche, no me queda nada mal. Es de raso, en
color marrón. El escote en uve y, una lazada en color verde pistacho
anudada justo por debajo del pecho, hacen resaltar mis pechos de
forma sutil. Es largo hasta los pies y flojo. Tengo que admitir que
hace unos días cuando lo vi por primera vez, no me entusiasmo mucho,
pero al verlo ahora sobre mi cuerpo, reconozco que este hombre tiene
muy buen gusto a la hora de comprar trapitos.
Hoy,
es la fiesta de fin de año en el “Lust”, y también nuestro
aniversario. Desde aquella noche hace ya tres años, no hemos vuelto
a separarnos y, podría jurar, que cada día que pasa, somos más
felices. Con nuestros más y nuestros menos claro está, pero
felices. A través del espejo, veo a Daniel acercarse a mi. Apoya su
barbilla en mi hombro y posa sus manos en mi abultado vientre. Si,
dentro de aproximadamente tres semanas, nos convertiremos en papas de
una niña que será preciosa, igual que su padre, y que se llamará
Chloe. Durante los primeros meses de embarazo, hemos vivido algunos
momentos de tensión debido a que mi chico, parecía creer que estar
embarazada, era sinónimo de no poder hacer nada. Gracias a Dios que
sólo fue al principio, porque sinceramente, no creo que hubiera
aguantado tenerlo detrás de mi controlándome durante el resto del
embarazo. No voy a negar que estamos nerviosos, por no decir cagados
de miedo, no es para menos. Ninguno tenemos experiencia con niños y
la paternidad, es un tema que nos produce un poco de ansiedad, pero
estoy completamente segura que sabremos hacerlo bien.
—Estás
preciosa nena—dice acariciando mi barriga.
—Estoy
enorme, no sé como puedes verme preciosa.
—No
estás enorme, estás embarazada y, te veo preciosa porque lo eres.
—Eres
un adulador.
—No.
Simplemente, soy un hombre enamorado,—me gira y deposita un tierno
beso en mis labios—. ¿Estás lista?
—Si.
Podemos irnos cuando quieras. ¿Has hablado con Oliver?
—Si,
hace cinco minutos. Él y Rebeca, estarán esperándonos en la
entrada. ¿Sheila sigue sin querer venir?
—Eso
parece. Hemos intentado convencerla, pero no ha habido manera...—Mi
amiga Sheila, la asturiana, lleva unos meses viviendo aquí en
Manhattan. Como ella misma dice, ha venido a buscarse la vida a las
Américas porque en España la cosa está bastante mal. Comparte mi
antiguo apartamento con Rebeca y no hemos sido capaces de convencerla
para que nos acompañe a la fiesta.
—Sus
motivos tendrá…
—Creo
que es por Oliver—digo saliendo por la puerta.—Ya sabes que no se
llevan nada bien, apenas pueden soportar estar juntos
en la misma habitación.
—Ya
bueno, tu tampoco me soportabas y mírate ahora, estás loquita por
mis huesos.
—Ese
ego señor Dempesey… ¿Estás queriendo decirme algo que yo no
sepa?
—Para
nada, solo que a veces, las cosas pueden parecer lo que no son…
—Daniel
Dempsey, espero que no estés ocultándome nada.
—¡Dios
me libre…!—dice soltando una carcajada. Una vez en la calle, nos
subimos al taxi que está esperándonos para llevarnos a la fiesta y
guardamos silencio. Tengo la sensación, de que mi “pitufo gruñón”,
no está siendo del todo sincero conmigo. Conociéndome, no tardaré
en averiguarlo.
Llegamos
al club, y como habíamos quedado, nuestros amigos, nos están
esperando en la entrada. Rebeca está espectacular. Lleva un vestido
de terciopelo en color verde musgo que le sienta como un guante. La
verdad, que cualquier cosa se ponga esta mujer, le sienta fenomenal.
Juntos, entramos en el salón donde se servirá la cena y nos
sentamos en una mesa que tenemos reservada. Somo unos privilegiados,
es lo que tiene ser los mejores amigos del dueño y, aunque desde
hace tres años, prácticamente todo el mundo sabe quienes somos,
tenemos que cumplir las normas del club y, todos llevamos nuestro
rostro cubierto. En algún momento durante la cena, Oliver
despectivamente, pregunta por la asturiana, así es como él llama a
mi amiga Sheila desde que la conoce. Mientras Rebeca le contesta, yo
me dedico a observar a estos dos machomanes a ver si soy capaz de
deducir algo, pero va a ser que no. Porque al no ver la expresión de
sus caras que están cubiertas con las máscaras, me quedo igual que
estaba. El resto de la cena, transcurre con total normalidad, aunque
la mosca sigue detrás de mi oreja dale que te pego.
Después
de la cena, pasamos al salón grande. Donde hace tres años mi chico,
me declaro su amor delante de todo el mundo y donde yo, perdí la
apuesta que meses atrás, había hecho con Rebeca. Si, había caído
rendida a los pies de Daniel Dempsey y, si, muy a mi pesar, tuve que
pagar la apuesta. Cuando los chicos nos dejan solas a mi amiga y a mi
con la excusa de buscar unas bebidas, ésta, aprovecha la oportunidad
para hacerme una confidencia.
—Reina...—dice
susurrando en mi oreja—. Hoy me he enterado de que Bella se casa…
—¿Cómo
dices?—Pregunto asombrada—. No tenía ni idea de que tuviera
pareja formal, ya me entiendes… ¿lo conocemos?
—Es
una mujer.
—¿Una
mujer?—Asiente— ¿Tu hermano ya lo sabe?
—No,
pero supongo que no tardarán en irle con el cuento.
—Bueno,
llevan divorciados más de dos años Pocahontas, ella tiene todo su
derecho a rehacer su vida ¿no?
—Si,
por supuesto. Es solo que me preocupa como pueda tomárselo Hércules.
—¿Crees
que él sigue enamorado de ella?
—No
lo se… ¿Estás bien Oli?—Pregunta preocupada al verme echar las
manos a la espalda.
—Si,
no pasa nada. Me duele la espalda y, de vez en cuando tengo alguna
contracción leve. Además, tengo los pies hinchado y estos zapatos
me están matando…
—¿Quieres
que nos sentemos?
—No,
esperemos que vengan los chicos ¿vale?—Seguimos indagando un poco
más sobre quién puede ser ser la mujer que va casarse con Bella,
hasta que los chicos vuelven con las bebidas y nos quedamos calladas.
—¿Va
todo bien?—Daniel me mira preocupado.
—Si—contesta
Rebeca—, a Olivia le duele la espalda y está cansada, ¿nos
sentamos?
—¿Te
encuentras mal mi amor?
—Tranquilo—le
digo acariciando su rostro.— Estoy bien.
—Nena,
tengo reservada una habitación, ¿quieres que subamos y te doy uno
de mis masajes?
—¡Venga
ya tío, son casi las doce! Tendrás que esperar al año nuevo para
masajear a tu mujer. De aquí no se mueve nadie hasta que no den las
doce campanadas.
—Hércules...—protesta
mi “pitufo gruñón”.
—Sola
faltan diez minutos, y os pediría por favor que no usaseis vuestros
nombres de pila, no os olvidéis que aquí hay unas normas que deben
cumplirse.
—¡Joder
macho, eres un cascarrabias!
—Me
estoy haciendo mayor…
—Si
claro, será eso.—Ambos se miran a los ojos durante unos segundos y
se quedan callados. El zumbido de la mosca detrás de mi oreja, se
acentúa, pero no digo nada.
Diez
minutos más tarde, y concluidas las campanadas, mi amor y yo nos
disponemos a salir del salón para subir a nuestra habitación y,
celebrar en la intimidad la llegada de este nuevo año, cuando un
dolor agudo se me clava en el vientre, a la vez que siento un líquido
caliente deslizarse por mis piernas. El miedo al saber lo que eso
significa se apodera de mi y, me deja paralizada. Daniel, que no
parece darse cuenta de que mis pies se han quedado de repente
clavados al suelo, tira de mi para que le siga.
—¿Daniel?—A
duras penas consigo que me salga la voz. Estoy acojonada no, lo
siguiente.—¿Daniel?—Insisto. Él se da la vuelta y me mira.
—Nena,
cuanto antes subamos a la habitación, antes podrás descansar.
Vamos.
—Daniel,
creo que he roto aguas…
—Cielo,
en la habitación hay agua, podrás beber toda la que quieras.
—¡He
dicho que he roto aguas, no que quiero beber agua! ¿Sabes lo que eso
significa? ¡Qué estoy de parto cabeza de chorlito!—Su cara se
transforma al instante y a continuación, empieza a dar voces
llamando a Oliver y a Rebeca. Cuando quiero darme cuenta, estoy
dentro de un taxi, rodeada de tres idiotas que no paran de darse
voces y, con un conductor partiéndose el culo de risa al ver la
situación. ¡Una puta locura vamos!
Llegamos
al hospital y, a pesar de que insisto en que estoy bien y puedo
caminar, mi marido me obliga a entrar en urgencias en una silla de
ruedas. Rebeca va soltando aire por la boca como si fuera ella la que
estuviera de parto, Oliver, va gritándole a Daniel que esté
tranquilo que todo va a salir bien y yo, viendo lo que me rodea,
estoy empezando a perder la paciencia y voy a terminar mandándolos a
todos a freír espárragos, por no decir otra cosa. Una enfermera con
más paciencia que el santo Job, nos atiende en el mostrador y llama
a un celador para que nos lleve a una habitación. Allí, otra
enfermera, me coloca una vía, me toma la temperatura y, me mira la
tensión. Todo parece estar en orden menos la tensión, por lo visto
la tengo por las nubes, y nos precisamente por que esté de parto,
más bien se debe a que estoy rodeada de histéricos. Así que antes
de que la enfermera salga por la puerta le suplico:
—Sáquelos
de aquí por favor—ella, me mira con compasión.—Se lo
suplico...—Asiente y con una potente voz de mando y, a pesar de las
protestas de Daniel, consigo quedarme a solas en la
habitación.—Gracias—musito.
Entra
el doctor Hofman. Es el ginecólogo que me ha atendido durante estos
meses. Me explora ahí abajo y me dice que el proceso parece ir
rápido porque ya estoy dilatada de cuatro centímetros, que enviará
a un anestesista para ponerme la epidural y que él estará pendiente
de la evolución hasta que llegue el momento del parto. En cuanto el
doctor sale de la habitación, mi “pitufo gruñón” asoma la
cabeza por la puerta.
—¿Puedo
pasar?—Pregunta avergonzado.
—¿Te
vas a portar bien y vas a estar tranquilo?
—Si.
—Pues
adelante...—Una contracción mucho más fuerte y dolorosa me parte
por la mitad. ¡Joder, si llego a saber que iba a doler tanto, ni de
coña me quedo embarazada! Acompañada en todo momento por Daniel,
esperamos el feliz acontecimiento.
Muchas
horas después, estoy agotada, exhausta y dolorida, pero feliz, muy
feliz de tener por fin a nuestra en hija en brazos. Una cosita
diminuta y preciosa que nos tiene a todos embelesados. Nuestros
amigos están dentro de la habitación con nosotros. Rebeca, Oliver y
sheila, que en cuanto supo que estaba de parto, se plantó en el
hospital en cero coma. Todos tranquilos y relajados pendientes de
Chloe. Eso si, lo de estar tranquilos y relajados nos costó lo suyo,
porque lo que es Oliver y sheila, aprovechaban cualquier
circunstancia para ponerse a discutir y soltar lindezas por sus
boquitas. Daniel ha tenido que ser tajante, o se portaban como
personas adultas o se largaban.
Cuando
Daniel y yo, nos quedamos solos con nuestra hija, éste, con ella en
brazos, se sienta en la cama junto a mi. No puedo expresar con
palabras lo que siento al ver a mi magnífico hombre tratando con
tanta ternura y dedicación a Chloe. Se me llenan los ojos de
lágrimas al ser consciente de que después de tantas idas y venidas
en nuestra relación, hemos sido capaces de formar una familia. La
nuestra.
—¿No
te parece preciosa?—Le pregunto al recién estrenado papa.
—Lo
es—responde emocionado—, es igualita a su mama.
—Pues
yo creo que a quien se parece es a ti…
—Bobadas.
—Soy
tan feliz...—sollozo—. Te tengo a ti, un hombre maravilloso,
cariñoso, atento… y ahora la tengo a ella, el fruto de nuestro
amor. Y todo gracias a ti—le miro a los ojos—. Te quiero Daniel.
Te quiero con todo mi corazón.
—Y
yo a ti nena… Pero ¿sabes? Creo que todavía falta algo para que
nuestra felicidad sea completa.
—¿Tu
crees?
—Si.
Mi felicidad sería completa si aceptaras ser mi esposa Olivia.—Vaya,
ahora si que me he quedado sin palabras...— ¿Quieres casarte
conmigo nena?—Trago saliva, ¿quiero?
—Daniel…
para mi, sería un honor convertirme en tu esposa.
—¿Eso
es un si?
—Si,
casémonos—. Con delicadeza, deja a nuestra hija en la cunita de
hospital, coge algo del bolsillo interior de su chaqueta y se
arrodilla a mis pies junto a la cama. Abre la cajita de terciopelo
granate que tiene en las manos y, de ella, saca un anillo precioso de
oro blanco con diamantes engarzados.
—Prometo
quererte siempre,—dice mientras me coloca el anillo en el dedo
mirándome a los ojos—. Prometo honrarte y respetarte, todos los
días de mi vida, incluso hasta después de la muerte. Te amo Olivia
Murray. Eres y serás siempre la “Reina de mi Corazón”.
FIN
Bueno,
pues hasta aquí llega la historia de Olivia y Daniel. La historia de
“La Reina de Corazones”.
Muchas
gracias a todas las personas que os habéis tomado un minuto de
vuestro tiempo para leerla, comentarla y compartirla en vuestros
perfiles de google+. Especialmente gracias a Maria Campra, Julia C.
Irene G. Mila Gómez. María del Carmen Piriz. R.Crespo. José Carlos
Garcia. Hada Rac. Y a mis lectoras en la sombra, Luz. Cuchu (Vane).
Vanesa. Por estar ahí día a día esperando una nueva publicación.
Espero que os haya gustado y que la hayáis disfrutado tanto como yo
disfruté escribiéndola.
¡¡Gracias
de corazón!!