Después
de casi siete horas de vuelo, en las que en algún momento he pasado
miedo debido al mal tiempo, llego a mi destino. Al contrario que en
la ida, esta vez no me tomé las pastillita para dormir. No porque no
la necesitara, sino que se me olvido cogerla y, tuve que aguantar
todo el viaje los ronquidos del señor que estaba sentado a mi lado
y, morirme de la envidia por verle dormir tan plácidamente. Bendito
sueño el de ese señor, que ni las turbulencias fueron capaces de
despertarlo. Debido a la tormenta que nos acompañó la mayor parte
del tiempo, llego a Mahattan con algo de retraso. Solo espero que
este inconveniente, no le suponga ningún problema a mi amiga Rebeca.
Bajo
del avión y voy directamente a la cinta por la que saldrá mi
maleta. Empiezo a impacientarme al ver que pasan los minutos y la muy
puñetera no aparece. Era lo que me faltaba, que mi maleta se hubiera
extraviado. Veinte minutos después de estar allí mirando como una
gilipollas viendo salir las de todo el mundo, por fin, aparece la
mía. Menos mal, estaba empezando a temer tener que ir a poner una
reclamación. Con lo que se alargan esas cosas ¡por Dios! Saco la
maleta de la cinta y me encamino a la puerta donde he quedado con mi
amiga. Hay demasiada gente y no consigo verla por ninguna parte.
Cuando llego a la puerta en cuestión, saco el móvil del bolso y lo
enciendo. No vaya a ser que se le haya complicado el poder venir a
buscarme y me haya enviado un mensaje avisándome de ello. Pero no.
Ni mensajes, ni llamadas, ni nada. Empiezo a ponerme nerviosa por qué
no se que hacer. Si esperar un poco más o, coger un taxi e irme a mi
casa. La llamo, pero tiene el teléfono apagado o fuera de cobertura,
¿habrá pasado algo? Decido esperar media hora más por si las
moscas. No vaya a ser que yo me vaya por un lado y ella entre por el
otro y ni nos veamos. Estoy mirando al fondo de la gigantesca sala
porque me parece haberla visto en uno de los mostradores de
información, cuando una mano se posa con delicadeza en mi hombro. No
necesito darme la vuelta para saber a quién pertenece. Lo sé de
sobra. El calor que ha recorrido mi cuerpo al sentir su tacto y, el
cosquilleo en mi estómago, no deja lugar a dudas. Es él…
Me
giro y, le miro. ¡Por favor! ¿Cómo puede estar tan condenadamente
guapo con esa perilla que se ha dejado? ¡Oh señor, dame voluntad te
lo ruego! Mis recuerdos no le hacen justicia, ahora al tenerlo en
frete de mi, me doy cuenta de ello. También me doy perfectamente
cuenta de lo beneficiosa que ha sido para mi la distancia que nos ha
mantenido alejados durante estos dos meses y pico. Si me hubiera
quedado aquí, probablemente a día de hoy, estaría comiendo de la
palma de su mano. En cambio, creo que la separación me ha servido
para aprender a mantener a raya mis sentimientos y poder mostrarme
más fría ante él.
—¿Qué coño haces tú aquí? ¿Por qué no ha venido Rebeca a buscarme?—Espeto.
—Vaya,
yo también me alegro mucho de verte Olivia…
—¡No
has contestado a mis preguntas!—¿Por qué le hablo cómo si
estuviera cabrada con él? ¿Será un mecanismo de defensa que sale
por propia voluntad?
—¿No
crees que te estás pasando?—Dice enarcando una ceja y cruzando los
brazos sobre el pecho.
—¡¡Contéstame!!—Joder,
si de verdad este es un mecanismo de defensa, no me gusta nada. Yo no
soy así de cabrona.
—¿Puedo
saber qué mosca te ha picado?—Resoplo— Está bien… Han tenido
que llevar al padre de Rebeca al hospital por una caída. Ella me
pidió que viniera a buscarte.
—Si,
claro. Que oportuno ¿no?
—¿Qué
estás insinuando?
—Eres
un tipo listo, adivínalo…
—Olivia,
estás metiendo la pata hasta el fondo. Créeme, si hubiera podido
evitar venir a buscarte lo hubiera hecho. Tengo cosas mucho más
importantes que hacer que ser tu chófer.
—¡Pues
haberte quedado en tu despacho!
—¡Joder,
eres insoportable! Eres tan…—se calla de golpe.
—¿Qué?—Le
reto con la mirada para que siga hablando.
—Mejor
dejémoslo ¿quieres?—Dice dirigiéndose a la salida.— ¿Vienes o
no?—¡Mierda! Cojo el asa de mi maleta y le sigo. Ya que está
aquí, es tontería pagar un taxi ¿no?
Camino
detrás de él por el aparcamiento. Bueno, más que caminar corro,
porque sus zancadas son más largas que las mías y, ahora está
cabreado. La imagen de mi en estos momentos, debe de ser penosa.
Tirando de la maleta y corriendo para darle alcance. ¡Joder, debo
parecer un perrito faldero! Cuando llega a su coche, se para y, con
las manos apoyadas en las caderas, se gira para mirarme. Ahora además
de cabreado, está impaciente. Normal, tendrá ganas de perderme de
vista. No es para menos.
—¡No
tengo todo el día!—Me grita.
—¡Vete
a cagar zoquete!—Siseo.
—¿Qué
has dicho?
—¡Qué
hace un frío de muerte!—Repasa mi cuerpo de pies a cabeza con una
mirada desdeñosa y, dejando asomar esa sonrisa suya tan particular
me suelta…
—¡Además
de insoportable, cobarde!—Y aunque me apetece contradecirle y
seguir discutiendo, no puedo hacerlo. El pobre tiene más razón que
un santo, por lo menos en una cosa. Definitivamente, soy una cobarde.
Así que me pongo una cremallerita en la boca y subo al coche, no
vaya a ser que se cabree más todavía y al final me quede tirada
aquí en el aparcamiento.
Durante
el trayecto a casa, ninguno de los dos vuelve a abrir la boca. Vamos
cada uno rumiando nuestros pensamientos en silencio, mientras en la
radio, como si de una broma de mal gusto se tratase, suena la canción
“Hello” de Adele. «Si.—Me digo escuchando la letra,— se
supone que el tiempo cura, pero no cura mucho». Al menos en mi caso.
A estas horas el tráfico está imposible y tardamos una eternidad en
llegar. En cuanto lo hacemos, suelto el aire de mis pulmones. No creo
que hubiese aguantado mucho más tiempo estar a su lado con tanta
tensión a nuestro alrededor. Tensión que yo misma he creado con mi
patético comportamiento. Me tenía por una mujer adulta y madura,
pero los hechos me demuestran, que va a ser que no. Que mi madurez,
en el caso de que alguna vez la haya tenido, brilla por su ausencia.
—Ya
hemos llegado—me dice parando el coche junto a la puerta del
portal. Está muy cabreado, lo noto en su mandíbula tensa, en la
rigidez de su cuerpo, y en la frialdad de su voz. Yo en cambio, estoy
avergonzada.
—Gracias.—Es
lo único que consigo decir.
—Podría
decir que ha sido un placer. Pero no ha sido así.—Responde sin
mirarme. Me bajo del coche y, voy a la parte de atrás para sacar mi
equipaje del maletero. Sin despedirme, camino cabizbaja hacia la
puerta.
—¿Olivia?—Me
giro y lo veo aproximarse a mi con paso decidido. Las paredes de mi
estómago se agitan, y la mano con la que sujeto la llave, tiembla.
Sin darme tiempo a hacer, ni decir nada, posa su mano en mi nuca, me
acerca a él y, con rudeza posa sus labios en los míos que se abren
como los pétalos de una flor recibiendo los primeros rayos de sol
del día. Un beso fiero, cargado de deseo, que dura apenas unos
segundos.—Bienvenida a casa nena.—Acaricia mi rostro y sin más
se va. Dejándome temblorosa y anhelante.
Entro
en casa, ¿hogar dulce hogar? Pues va a ser que no. Preferiría estar
en cualquier parte menos aquí. En realidad, me gustaría estar
lejos. Muy lejos. Me he portado como una gilipollas con Daniel, ojalá
supiera qué es lo que me está pasando, porque ni yo misma lo
entiendo. Aún siento el cosquilleo que su beso produjo en mis labios
y el calor que ha recorrido mi cuerpo al sentir ese tacto suave de su
lengua que durante todo este tiempo he estado anhelando. Ojalá no
seas él Daniel, me rompería el corazón tener que dejar de verte
para siempre. Ni siquiera creo en la posibilidad de seguir trabajando
en su empresa.
Me
muevo por casa como una autómata. Encendiendo las luces y la
calefacción. Hace un frío que pela y al estar desocupado, el
apartamento está helado. Como mi corazón. Como mi alma. ¿Cuándo
me he convertido en una persona tan fría? Sé la respuesta, pero no
quiero oírla. No sé ni para que he venido, la verdad. Estaba en San
Francisco echando de menos a todo el mundo, echándole de menos a él.
Pero llego aquí y en la primera oportunidad que tengo, le demuestro
que soy una niñata, infantil y caprichosa. Nerviosa, busco el
teléfono en mi bolso que no deja de sonar insistentemente. Puede ser
él y esta puede ser mi oportunidad para pedirle disculpas por mi
comportamiento. Pero no, no es Daniel quien llama. Es Rebeca.
—Hola
Oli, ¿qué tal? ¿Ya estás en casa? Acabo de ver tu llamada.
Perdona que no te haya contestado primero, pero es que estoy en el
hospital y, tenía el teléfono apagado.
—¿En
el hospital? ¿Pero qué ha pasado? ¿estás bien?
—Es
mi padre. Estaba subido a una escalera colocando una guirnalda en
casa y se cayó. La escalera no estaba abierta del todo y se dio un
golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente. Mi madre llamó a una
ambulancia y, han decidido trasladarlo al hospital para hacerle un
chequeo. ¿Daniel no te lo dijo?
—No
sabes cuanto lo siento. ¿Tu padre está bien? ¿Qué han dicho los
médicos?
—Si,
está bien, pero pasará la noche en observación. No entiendo por
qué Daniel no te dijo nada.
—Si
que me lo dijo, pero estaba tan cabrada por verlo allí, que ni
siquiera le escuché, tampoco dejé que me explicara nada. Soy tan
desconfiada que creí que era mentira. Me porté fatal con él
Rebeca.
—Lo
siento. Sé que era a la última persona que te hubiera gustado ver
allí, pero en aquel momento no tuve a quien más recurrir y, por eso
le pedí que fuera a recogerte. ¿Tanta te cabreaste?
—Si
amiga. Lo traté fatal y sin razón. Este carácter mío tan
impulsivo solo consigue meterme en problemas y hacer
que la cague una y otra vez.
—Pues
si Olivia. Deberías de pensar antes de hablar. Esta vez Daniel solo
estaba haciéndome un favor…
—Lo
sé. Hablaré con él y me disculparé.
—Si,
hazlo… Oye tengo que dejarte. Nos vemos mañana en la fiesta ¿vale?
—Vale.
Espero que tu padre pase buena noche y, si necesitas algo, no dudes
en llamarme. Hasta mañana.
—Gracias
Oli. Hasta mañana.
Si
ya me sentía mal por mi comportamiento, después de hablar con mi
amiga, me siento como una autentica mierda. He metido la pata hasta
el fondo con Daniel y, ahora no me queda más remedio que hablar con
él y disculparme. Pero hoy no. Mañana en cuanto llegue a su fiesta
y le vea, será lo primero que haga. Solo espero no volver a meter la
pata…
Ay por favor esta mujer es incorregible, desde luego Daniel tiene más paciencia que un santo.
ResponderEliminarEspero impaciente la próxima entrega.
Un besillo.
jajajja pues si María, la pobrecilla no hace más que meter la pata, que le vamos a hacer!!
EliminarGracias besin :))
Por fin he encontrado un poco de tiempo libre para ponerme al día con esta historia que dejé a medias desde principios de este año.
ResponderEliminarSin duda es muy buena historia, ya estoy deseando volver a leer un nuevo capitulo. Todo un acierto haber encontrado este blog.
Hoy mismo le he dado a seguir (y bien merecido) para no perderme nada.
Saludos.
Muchas gracias Karina, bienvenida!! Me alegra que la historia te guste!!
EliminarSaludos :))
¿Hay que impulsiva es Olivia eh? Cuando leía el texto me lo estaba imaginando , no está su amiga está Daniel esperando para llevarla y aun así ha actuado muy fría. Pero bueno estamos expectantes para el próximo capítulo. Un saludo
ResponderEliminarSi María del Carmen, es muy impulsiva, de ahí que se lleve tantos quebraderos de cabeza.
EliminarGracias besin :)
Espero que sus disculpas merezcan la pena, porque la verdad es que se ha portado fatal. Lo bueno es que ahora tiene una excusa para estar muy cariñosita con él jajajaa.
ResponderEliminarUn beso y feliz finde, Virginia!!
Si, si, ¿tu crees que lo arreglará Julia? No se yo que te diga eh? ajjajaa Ver veremos...
EliminarGracia besin :))
¡Qué carácter!!! Y el pobre Daniel que paciente, porque desde luego... jeje
ResponderEliminarEsperemos que no meta la pata, :)
Besos!!!